A Robert le llaman loco, y Patricia Highsmith se pasa
buena parte del relato haciéndonos sospechar que quizá lo esté. En el fondo,
mantener esa incertidumbre (ese suspense) es una de las notas de todo
buen narrador de thriller. Sólo que aquí, como en Crímenes
imaginarios, la Highsmith abusa de situaciones anodinas, amenizadas
con whisky, que desesperan un poco. Y como de costumbre, la tela de araña se va
tejiendo en torno al inocente protagonista para terminar del modo más absurdo
posible. Bueno, en este caso, para gozo del lector vulgar (como yo, quiero
decir), acaban dando para el pelo al personaje más odioso.
Y no, Robert no está loco; tan solo es un pobre hombre y un
imprudente de marca. Puedes verte en embrollos con mujeres sin buscarlo, pero
quien busca encuentra. Esta es la historia de un depresivo que se casó con una
arpía y al que le da por merodear por la casa de una jovencita sin más objeto
que imaginársela feliz. Ese es su primer error, y el segundo, aceptar sus
invitaciones e invitarla a su vez. Resulta que no todo era equilibrio en la
joven de la ventana y que tenía uno de los novios más imbéciles de la novela
negra. Y empieza la telaraña. No me parece una estupenda novela, pero con esta
mujer siempre vuelvo a picar. Algo tendrá.