Cuando era chico vi en la televisión un sainete titulado La tina de la colada. Se trataba, me
parece, de espabilar a un mozo gandul entregándole un pergamino con una lista
de tareas a las que debía de atenerse estrictamente, sin pensar en hacer otra
cosa ni omitir ninguna. La gracia está en que su hermana mayor se cae un día en
una enorme tina de la que le resulta imposible salir sin ayuda. Llama al mozo
pero este arguye: “eso no está en mi pergamino”, y no hay manera de sacarlo de
ahí. Naturalmente, hay que hacer un anexo en el pergamino para que el chaval se
digne socorrer a su hermana.
Algo así sucede en la profesión docente. Desde que
desembarcó en España la pedagogía progresista, los profesores hemos
sufrido humillaciones sin cuento a cargo de la burocracia instalada en
la
administración educativa. No voy a hablar del desarme unilateral frente a
la
indisciplina en las aulas, porque para qué más. Quiero referirme aquí a
otra cosa: hemos pasado
de ser maestros a ejercer de funcionarios que hacen cumplir el
pergamino. El
nuestro no se llama así, se llama programación
didáctica, porque ya sabemos lo aficionada que es esta casta al
circunloquio. Páginas y páginas de fárrago que coinciden en su mayor parte con
el currículo o plan de estudios, lo
que las hace redundantes y enteramente prescindibles, como se ve en el caso
finlandés, donde no existen (y tampoco la función inspectora, todo hay que
decirlo. Recordemos que Finlandia suele ocupar los primeros puestos en calidad
educativa; del que ocupa España no hablo por mero pudor). El caso es que todo,
todo y todo lo que vayas a llevar a la práctica en el aula debe figurar en el pergamino, y pobre de ti si no es así. Si
suspendes a un aspirante a bachiller y este alega que entregar el examen a boli
o distinguir las mayúsculas de las minúsculas “no está en el pergamino”, el
alumno compartirá título con los que han echado horas de estudio en su casa para
conseguirlo, aunque no sepa colocar un paréntesis y entienda malamente lo que
escribe. Y tú serás desacreditado por tus propios superiores desde el
anonimato, kafkianamente, sin consideración. Aunque seas el profesor Holland redivivo.
Por eso me pone triste ver a mis colegas salir a la calle
para protestar porque les acortan la ración. Están en su derecho y quizá yo
hiciese lo mismo en otras circunstancias. Pero, por lo que a mí respecta, no
quiero dinero. Exijo lo que es nuestro, lo que nos pertenece desde antes de que
se inventaran las pagas extras. Un rearme moral del profesorado. Ya.
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