13 enero 2011

El mundo y la URSS


¿Sabes cuántos millones de ojos nos están observando desde el otro lado de las fronteras, desde la otra orilla del océano? Están algo lejos y no pueden vernos bien. Sólo ven una sombra que se mueve, y les parece que ven un enorme animal. Están demasiado lejos para darse cuenta de que esta mole inmensa es blanda, fofa, sin fuerza. No pueden darse cuenta de que no es más que un enorme montón de escarabajos. Un sinfin de escarabajos minúsculos, negros y brillantes, que se amontonan formando una muralla. Minúsculos escarabajos que corren de un lado para otro, dándose empellones y rizándose los bigotes. He aquí el error del mundo, camarada Morozov: no ve los bigotes.

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Sólo ven una nube negra y oyen los truenos. Les han dicho que detrás de la nube hay ríos de sangre; hombres que mueren, hombres que matan, hombres que luchan. ¿Y qué? Los que nos observan no temen a la sangre. La sangre es honrosa. Pero ¿y si supieran que no es en sangre que estamos sumergidos, sino en pus? ¿Quieres un consejo de amigo? Si quieres ser el dueño de esta tierra, di al mundo que tu distracción favorita es cortar cabezas y que matas los hombres a centenares. Haz que el mundo te crea un enorme monstruo que inspira temor, respeto, odio, pero a quien haya que combatir honrosamente. Pero no dejes que se sepa que tu ejército no es un ejército de héroes, ni siquiera una pandilla de bandidos; no dejes que se enteren de que es un ejército de chupatintas esmirriados y herniados, que han aprendido a tomar actitudes arrogantes. No dejes que se enteren de que lo que hay que hacer contigo no es combatirte, sino desinfectarte; que la guerra no se te debe hacer con cañones, sino con ácido fénico.

Timoshenko, en Ayn Rand, Los que vivimos

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