17 diciembre 2009

Las mocedades de Ulises


Álvaro Cunqueiro es un tipo sorprendente. Gran vividor, experto gustador de los placeres mundanos, y sin embargo instalado en otro mundo cuando escribe sus libros: un mundo que deja chico al de La historia interminable de Michael Ende. Cunqueiro es una fuente inagotable de criaturas fantásticas, a cual más peregrina, criaturas con su propia historia a cuestas. Uno puede quedar engañado al principio por los títulos: Ulises, Simbad, Merlín, Orestes. Pero todos estos personajes son también creaciones propias, con más o menos puntos en común con el original. En este sentido, el título de su novela Un hombre que se parecía a Orestes podría aplicarse a las demás: "Un hombre que se parecía a Simbad", "Un hombre que se parecía a Ulises"...

¿Qué decir de este Ulises, que no es sino el hilo de unión de todo el enjambre de criaturas que discurre por la historia? Quizá que es, aún más, el representante de todos nosotros, de la raza humana, al hacerlo Cunqueiro atemporal: es un Ulises cristiano, y sin embargo toda la imaginería pagana está también ahí. Es un Ulises joven que ya empieza su aprendizaje como lo hacía el de Homero, lanzándose al mar y, por tanto, al mundo, sin dejar de anclar profundmente en su tierra de origen, que se llama, aquí también, Ítaca. Y es a la vez un Ulises cotidiano, apegado a los objetos de la labor diaria, a los trabajos y los días. Gallego como su autor, convive con lo mágico sin despegar los pies de la tierra.

Nota redactada en abril del 2004

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