Len Deighton concluye de un modo singular su trilogía “Anzuelo, sedal y plomo”: con el último volumen narrado en tercera persona y recapitulando desde este nuevo punto de vista todo lo relatado hasta entonces, incluyendo la trilogía anterior, “Juego, set y partido”. Esto nos acerca de un modo nuevo a Bernard Samson, entre otras cosas, enterándonos de lo que otros piensan de él; pero, sobre todo, y esa es la gran aportación del volumen, contemplando todo lo que fue en realidad la operación Fiona, por así decirlo: cómo fue ideada toda la trama por Bret Rensselaer con el objetivo de debilitar de tal modo al Berlín Este que acabara constituyendo la primera pieza del dominó que acabaría con el bloque comunista en Europa. No fueron, pues, ni Reagan, ni Juan Pablo II, ni la Thatcher, los que hicieron caer el muro, sino la mente maquiavélica de Bret y la sangre fría de Fiona. Esto lo digo yo, claro, no es una conclusión que figure en la novela. Pero Deighton debió de aprovechar así los sucesos en torno a 1990, que es cuando fue escrita esta parte.
Fiona es, de hecho, al personaje central en esta ocasión,
frente a un Bernard más en segundo plano, un Bernard que, como sabemos por las
otras entregas, no estaba al tanto de la operación y llegó a creer por mucho
tiempo que su mujer era una auténtica traidora. Lo que hace el autor es
ponernos frente a las debilidades de esta mujer, que equilibran ese valor y ese
aplomo que la convierten en elemento fuerte del espionaje británico, así como
conocíamos ya las de Bernard. La trama, que viene a ser, como decimos, la de
toda la serie, bordea peligrosamente lo inverosímil, con ese patriotismo
heroico de una protagonista que pone en jaque lo que era un matrimonio y una
familia feliz a cambio de liquidar la guerra fría en una jugada temeraria donde
las haya. Pero el autor sale airoso
gracias, una vez más, al realismo de los diálogos y a la coherencia interna del
relato.
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