Francisco de Cossío,
en Manolo:
Los predicadores se
desgañitan en los púlpitos escandalizados por los hábitos de esta juventud. El
teatro de costumbres nos la ofrece como una juventud medio tonta, sin ideales,
entregada no más que a los estímulos de la sensualidad y del ocio. Se anuncia la
disolución de la sociedad, por la pendiente en que se halla esta juventud. Ni
padres ni maestros pueden con ella. Los hijos saben más de todo que los padres.
No existe disciplina. El concepto de la jerarquía se ha perdido. “Estas son
ideas rancias”. “Hay que marchar con los tiempos”, “los viejos están chochos”…
Las normas morales las da el cinematógrafo, y por cualquier parte advertimos
síntomas de disociación familiar. ¿Para qué va a servir esta juventud, Dios mío?
Citado por Rafael
García Serrano en Diccionario para un macuto, el cual prosigue:
Esa juventud fue la de
la generación de los voluntarios, la que siguió con fidelidad celtibérica,
hasta más allá de la muerte, la bandera que habían levantado unos cuantos
hombres jóvenes y a la que sirvieron ejemplarmente, como una alegre guerrilla,
como una venturosa profecía, los jóvenes que ya luchaban por España antes de
que el ejército levantase su espada.
¿Quién puede decir que todo está perdido?