No es extraño que Rafael
García Serrano prologue esta colección de estampas brutales. Con todo,
aunque el fondo sea similar al de las novelas del navarro, el estilo difiere
notoriamente. Luys Santa Marina se
adorna menos, y va directamente a la acción, con el “laconismo militar” que
dijo José Antonio que era el estilo
de los suyos. Pero es un laconismo que busca también el efecto de salvaje
indiferencia ante la muerte, de uno mismo o de los otros. Véase:
Estaba herido y le remataron a
bayonetazos. Uno quiso degollarle, y se arrodilló a su lado con la navaja
abierta.
Los amigos del moro, que sabían dónde
cayó, le dieron un balazo en el hombro.
--No lo dejéis empezado. Ahí queda mi
navaja…
A tres, hirieron en el pecho; a otros
dos en la frente y en el brazo, pero el séptimo la trajo enganchada por la
coleta.
--¡Condenado mojamed…! Nos cuesta tu
cabeza más que una de jabalí… ¡Y cuidado que eres feo…!
El libro se divide en varias partes, pero realmente todas
comparten el mismo tono. Hay prosa y hay verso. Dicen que fue censurado en
tiempos franqueos, por aquello de la amistad con los moros, así que supongo que
estamos ante uno de los libros más malditos que ha producido la literatura
española, porque hoy tampoco levantaría entusiasmos oficiales… Lleva como subtítulo
Elegía del Tercio y rara vez se habrá
escrito una apología de la barbarie más
explícita en literatura. Noticia de su autor me llegó a través del Trapiello (Las armas y las letras). Parece que se
trató de un falangista tan fiel a sus ideas como abierto con todo el mundo, amigo
de plumíferos de todo color y que realizó una buena labor cultural en esos
tiempos innombrables, innombrables para alabarlos, claro.
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