30 octubre 2019

Tras el águila del César


No es extraño que Rafael García Serrano prologue esta colección de estampas brutales. Con todo, aunque el fondo sea similar al de las novelas del navarro, el estilo difiere notoriamente. Luys Santa Marina se adorna menos, y va directamente a la acción, con el “laconismo militar” que dijo José Antonio que era el estilo de los suyos. Pero es un laconismo que busca también el efecto de salvaje indiferencia ante la muerte, de uno mismo o de los otros. Véase:

Estaba herido y le remataron a bayonetazos. Uno quiso degollarle, y se arrodilló a su lado con la navaja abierta.
Los amigos del moro, que sabían dónde cayó, le dieron un balazo en el hombro.
--No lo dejéis empezado. Ahí queda mi navaja…
A tres, hirieron en el pecho; a otros dos en la frente y en el brazo, pero el séptimo la trajo enganchada por la coleta.
--¡Condenado mojamed…! Nos cuesta tu cabeza más que una de jabalí… ¡Y cuidado que eres feo…!

El libro se divide en varias partes, pero realmente todas comparten el mismo tono. Hay prosa y hay verso. Dicen que fue censurado en tiempos franqueos, por aquello de la amistad con los moros, así que supongo que estamos ante uno de los libros más malditos que ha producido la literatura española, porque hoy tampoco levantaría entusiasmos oficiales… Lleva como subtítulo Elegía del Tercio y rara vez se habrá escrito una apología de la barbarie más explícita en literatura. Noticia de su autor me llegó a través del Trapiello (Las armas y las letras). Parece que se trató de un falangista tan fiel a sus ideas como abierto con todo el mundo, amigo de plumíferos de todo color y que realizó una buena labor cultural en esos tiempos innombrables, innombrables para alabarlos, claro.
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