Hay que agradecer a Carmen Laforet
que haya reivindicado la figura de la viejecita piadosa, tan
maltratada en la literatura y especialmente en la nuestra. En tiempos
en que el desertor, el homosexual, el adúltero o el hereje pueden
aparecer como los buenos de una ficción, no está mal que alguien
rompa una lanza por esas señoras de las que, según Ibáñez Langlois, depende la vida de la Iglesia (“dulces clavos, dulce
cruz...”).
Bueno, lo cierto es que no son siempre
beatas las que protagonizan estos relatos, a pesar de los dos
prologuistas, que utilizan con reiteración este término. Por lo
menos, si lo entendemos como “una señora de edad que frecuenta
mucho la iglesia y los rezos”. Se trata de cuentos cristianos,
desde luego, en los que es casi siempre una mujer quien lleva la
iniciativa en la cooperación con la gracia, podríamos decir. Como
en La mujer nueva, la ejemplaridad es bastante explícita, a
diferencia, por ejemplo, de los cuentos de Flannery O´Connor,
pero eso no les resta mérito. Y esa ejemplaridad suele consistir en
una alabanza de la virtud: la joven cónyuge de El piano
muestra a su marido la importancia del desprendimiento del dinero; la
anciana de La llamada realiza con su antigua vecina un acto de
caridad que puede calificarse de heroico, al poner al tablero su
reputación; caridad heroica hay también en la joven maestra de Los
emplazados que no denuncia al rojo escondido, pero
igualmente en el soldado nacional que se juega la piel al
defenderla; dos mujeres, en El viaje divertido, tienen ocasión
de enseñarse mutuamente cosas decisivas, desafiando la incomprensión
de los maridos; y qué decir de los hijos de El último verano,
tan mezquinos en sus pequeños egoísmos hasta que llega el momento
de echar el resto por su madre; incluso la solterona algo tocada de
El noviazgo resulta agrandada por su rasgo de dignidad al
rechazar a quien solo la solicitó cuando necesitó un báculo para
su vejez...
Como digo, esta ejemplaridad no resta
valor a unas novelas cortas que podrían reclamar su ascendencia
cervantina, aunque en su factura recuerdan más a los cuentos
decimonónicos y en concreto a Alarcón.
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