Este es básicamente un libro sobre lo
que se mueve detrás de las películas de Hollywood. Parte de la
premisa de que cualquier idea entra mejor a través de una historia.
Un producto hollywoodiano es ante todo una obra de arte, y una obra
que mueve dinero a espuertas para su confección, así como precisa
de talentos nada comunes que han de armonizarse si se quiere
conseguir algo eficaz. Pero también es un modo de hacer llegar a la
sociedad ideas que de otro modo no habrían calado con la misma
facilidad. Basta pensar en la abundancia de homosexuales entre los
productores y agentes para entender lo que queremos decir.
Algo que llama la atención en un mundo
tan celoso de la independencia individual y tan dado al “no dejes
que te digan lo que tienes que hacer” es lo que cuenta Fumagalli
con respecto al mailroom. Así es como se llama en la jerga
del medio al departamento de los chicos para todo, esos que
llevan el correo pero también sacan cafés y todo lo que se les
ocurra a los jefes. Es allí donde se gestan los futuros grandes
hombres de la industria cinematográfica, y lo hacen a base de
horarios de trabajo abrumadores, propios realmente de esclavos, y eso
durante años. El que quiere descollar en el medio sabe que
prácticamente no tendrá vida durante una larga temporada, pero
luego será él el que dicte a muchos otros lo que han de hacer, con
modos de sátrapa oriental. Y lo gordo es que hay muchos candidatos
para eso, como los había para ser la secretaria de Miranda Priestly, la ogresa de El diablo viste de Prada, auténtico espejo de este
mundillo. Es claro que tal maquinaria de poder no se sostiene con
pilares de plástico.
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