Checas de Madrid es una
imitación de Tirano Banderas, aplicada al terror rojo del 36.
A Andrés Trapiello no le gusta: “Si el autor tenia alguna
razón, la pierde desde la primera página a causa del repulsivo
tono, literario y moral, de la obra”. Ah, claro, es que el
esperpento está muy bien cuando el blanco son los militares y los
burgueses, pero cuando se dirige contra los heroicos milicianos hay
que sacar maneras de censor eclesiástico. De páginas como las de la novela de Tomás Borrás están llenas las novelas sesenteras
españolas y las americanas del boom, que nunca parecieron tan
repulsivas ni tan inmorales.
Por supuesto, falta la imitación del
castellano de América, pero en lo demás la asimilación del
esperpento de Valle es patente: las frases nominales, las
metáforas grotescas, la animalización, la estética de la crueldad.
Que el referente de todo ello sea una realidad histórica es lo que
estremece. El método chekista, soviético, se halla perfectamente
retratado, como sabemos por los que lo sufrieron en el este de
Europa. Lo describe un personaje en el capítulo XIII, después de lo
cual “...respiró, atusándose el peinado, charol también. El
andaluz no caía de sus gracias: --¡Si me gustas es porque te haces
la permanente con cuchara!”.
Los últimos capítulos se inclinan,
sin embargo, al melodrama, cuando adquiere protagonismo una joven de
derechas que se dedica a labores de espionaje, quizá homenaje a las
chicas del Socorro Azul y en particular a Paz Unciti. Antes,
el esperpento ha adquirido a veces caracteres propios de Tarantino,
como en un pasaje en que unas milicianas, de noche, se hallan
desorientadas acerca de la dirección en que debían ir para detener
a un tipo.
--Me he hecho un lío... Mañana
venimos.
--¿Mañana? ¿Y vamos a perder la
noche?
Junto al farol ciego discutían...
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