23 febrero 2019

Checas de Madrid


Checas de Madrid es una imitación de Tirano Banderas, aplicada al terror rojo del 36. A Andrés Trapiello no le gusta: “Si el autor tenia alguna razón, la pierde desde la primera página a causa del repulsivo tono, literario y moral, de la obra”. Ah, claro, es que el esperpento está muy bien cuando el blanco son los militares y los burgueses, pero cuando se dirige contra los heroicos milicianos hay que sacar maneras de censor eclesiástico. De páginas como las de la novela de Tomás Borrás están llenas las novelas sesenteras españolas y las americanas del boom, que nunca parecieron tan repulsivas ni tan inmorales.

Por supuesto, falta la imitación del castellano de América, pero en lo demás la asimilación del esperpento de Valle es patente: las frases nominales, las metáforas grotescas, la animalización, la estética de la crueldad. Que el referente de todo ello sea una realidad histórica es lo que estremece. El método chekista, soviético, se halla perfectamente retratado, como sabemos por los que lo sufrieron en el este de Europa. Lo describe un personaje en el capítulo XIII, después de lo cual “...respiró, atusándose el peinado, charol también. El andaluz no caía de sus gracias: --¡Si me gustas es porque te haces la permanente con cuchara!”.

Los últimos capítulos se inclinan, sin embargo, al melodrama, cuando adquiere protagonismo una joven de derechas que se dedica a labores de espionaje, quizá homenaje a las chicas del Socorro Azul y en particular a Paz Unciti. Antes, el esperpento ha adquirido a veces caracteres propios de Tarantino, como en un pasaje en que unas milicianas, de noche, se hallan desorientadas acerca de la dirección en que debían ir para detener a un tipo.

--Me he hecho un lío... Mañana venimos.
--¿Mañana? ¿Y vamos a perder la noche?
Junto al farol ciego discutían...

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