Resulta que Adolfo Hitler vive (estamos en 1975, o
por ahí, que es cuando se publica la novela) y es el solitario que habita un
viejo molino en una localidad catalana, lugar hasta donde le ayudaron a huir
algunos de sus colaboradores.
Este es el planteamiento de la novela, pero no vamos a
encontrar un thriller histórico, por supuesto, sino una meditación sobre
la muerte, el mal y la identidad, como es habitual en Carlos Rojas. Un
joven, el hijo de uno de los colaboradores del führer, cruelmente
humillado por este, llega hasta allí con el ánimo de matarlo, cosa que además
le había encargado explícitamente su padre. Ambos se encuentran y mantienen un
tenso diálogo que abarca un día y una noche, tiempo bien pautado capítulo a
capítulo por el autor.
Hitler quiere morir. Es lo que buscó toda su vida,
pero sus atrocidades, lejos de provocar que alguien lo matara, no hicieron sino
convertir a los demás en envilecidos lacayos. Lo cual no deja de dar un punto
de humor grotesco a la novela, pero además ilustra la tesis que viene enunciada
en los lemas de Camus y Dos Passos que la encabezan: "El
hombre no puede condenar a los demás sin condenarse a sí mismo", y
"Todo hombre es capaz de todo crimen", respectivamente. Es la toma de
conciencia de esta abyección radical del hombre por parte del joven lo que
motivará el desenlace, no menos grotesco, de este diálogo infernal, que se
pone, también, bajo el signo del Minotauro, la bestia que buscó la redención en
la muerte, según la interpretación de Borges que figura también al
frente de la novela.
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