Que un político socialista deje de acudir a Misa debería
parecerme bastante normal. Que proclame a los cuatro vientos que va a dejar de
acudir a una ceremonia religiosa en la que es tradicional la presencia de las autoridades
civiles, con la endeble excusa de no mezclar lo político con lo religioso, es
un desaire y una declaración de hostilidad a una parte de aquellos a quienes
representa. Lo de menos es que se trate de un acto confesional. Nadie piensa
que el político esté allí por una fe religiosa que puede o no albergar. Está en
representación de una comunidad para un sector de la cual aquella ceremonia
significa algo importante. Podemos ponernos dignos y decir que nos honra con su
ausencia, pero la realidad es que con esa ausencia ha comenzado a perder
legitimidad.
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