26 febrero 2015

La muerte del corazón


Leer a autores ingleses es lo mejor para saber qué significa la famosa flema. Estos señores se dicen cosas horribles sin que nadie se inmute, y se las dicen con una elegancia cercana a lo sentencioso: de hecho, es fácil, al parecer, encontrar frases lapidarias de Elizabeth Bowen. "Somos minúsculos en todo, excepto en nuestras pasiones", y cosas así, no siempre tan tontas (esta se reconoce como tonta en el propio texto). Hay una frivolidad de fondo en los diálogos del matrimonio Quayne que contrasta con la sinceridad de Portia, la hermanastra huérfana, y su deseo de encontrar esa sinceridad en los demás. Ella, adolescente, ha sido recogida por los Quayne a la muerte de su madre pero no congenia con ellos y la ruptura se produce cuando descubre que Anna ha leído su diario. Mientras tanto, ha hecho lo imposible para convencerse de que Eddie, amigo de la familia, la ama de verdad, pero solo consigue cínicas declaraciones que no disimulan un jugueteo intrascendente...

La novela no se cierra, pues la decisión final de Portia queda abierta a múltiples avatares. Detrás de los sutiles diálogos de estos personajes y de la atildada escritura de Bowen hay un frío escepticismo hacia cualquier virtud humana, o hacia cualquier planteamiento vital serio. Portia solo puede ser compadecida, pero no hay esperanza para ella, ni siquiera en el comandante Brutt, cuya bondad parece abocarle a ser un paria.

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