Leer a autores ingleses es lo mejor para saber qué significa
la famosa flema. Estos señores se dicen cosas horribles sin que nadie se
inmute, y se las dicen con una elegancia cercana a lo sentencioso: de hecho, es
fácil, al parecer, encontrar frases lapidarias de Elizabeth Bowen.
"Somos minúsculos en todo, excepto en nuestras pasiones", y cosas
así, no siempre tan tontas (esta se reconoce como tonta en el propio texto).
Hay una frivolidad de fondo en los diálogos del matrimonio Quayne que contrasta
con la sinceridad de Portia, la hermanastra huérfana, y su deseo de encontrar
esa sinceridad en los demás. Ella, adolescente, ha sido recogida por los Quayne
a la muerte de su madre pero no congenia con ellos y la ruptura se produce
cuando descubre que Anna ha leído su diario. Mientras tanto, ha hecho lo
imposible para convencerse de que Eddie, amigo de la familia, la ama de verdad,
pero solo consigue cínicas declaraciones que no disimulan un jugueteo
intrascendente...
La novela no se cierra, pues la decisión final de Portia
queda abierta a múltiples avatares. Detrás de los sutiles diálogos de estos
personajes y de la atildada escritura de Bowen hay un frío escepticismo hacia
cualquier virtud humana, o hacia cualquier planteamiento vital serio. Portia
solo puede ser compadecida, pero no hay esperanza para ella, ni siquiera en el
comandante Brutt, cuya bondad parece abocarle a ser un paria.
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