"Se gestó en mi facultad", dice. ¿Y qué hacía la
gente en la facultad un sábado por la tarde? A no ser, claro, que ya desde el
viernes, o antes, se hubiera decidido que el gobierno mentía, y que los cercos
a las sedes del PP no fueran tan espontáneos como dice la leyenda. En todo
caso, no deja de resultar nauseabundo el alzarse sobre doscientos cadáveres
para echar a un partido del poder. Eso se llama complicidad con el terrorismo.
De hecho, es el mismo lenguaje: los culpables no son los que matan, sino los
que supuestamente crean las condiciones para que haya asesinatos. Esa
mentalidad se instaló ¿de golpe? entre los españoles y los terroristas son ya
cada vez menos malos. Ese es el verdadero insulto a las víctimas del
terrorismo, más que la excarcelación de etarras: el encumbrar a un tipo que
ensalza a la ETA y a sus amigos y criminaliza a un sistema en el que la
corrupción se denuncia y, mejor o peor, se castiga.
Y esto es lo que hay que destacar, en lugar de hacer
patéticos esfuerzos por encontrar casos de corrupción en estos tipos. Acierta
Ignacio Aréchaga cuando muestra que la alternativa que nos ofrecen es la más
favorable a la corrupción, porque su apuesta por lo público (por el
monopolio del Estado, hablando con propiedad) lleva al clientelismo político,
al estilo de los regímenes tercermundistas que son tan de su agrado.
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