20 octubre 2009

El amor


Se lamentaba Pleberio, en La Celestina, de los desmanes del amor: "¿quién te puso nombre que no te conviene?" Así pues, también en la España del siglo XV existía la conciencia de que bajo el nombre de amor se ocultaban realidades diversas, tan diversas como los resultados que podían producir, felicidad o tragedia. Este es el punto de partida del ensayo de Josef Pieper, que cita constantemente una de las obras, creo yo también, capitales para entender la cuestión, Los cuatro amores de C. S. Lewis, a quien no sin justicia llama "el gran teólogo seglar de nuestra época", y cuyo título es de por sí significativo.

Pero la novedad de Pieper consiste en la reivindicación de Eros, frente a la teología protestante que lo había condenado como opuesto al amor puro, al Agapé. Eros, dice Pieper, es necesario para no perderse en un amor tan sobrenatural que resulta desencarnado y para no sucumbir tampoco (quizá por reacción) a lo purmente venéreo. Venus, para Pieper, no es propiamente amor, y la confusión entre Venus y Eros ha sido, me parece, letal para nuestra cultura. Pleberio incurre en esa confusión, incurrieron todos, incluso Calisto, triste producto de una mentalidad incapaz de concebir que de lo erótico pudiera surgir, con el tiempo, el agapé. Murió el mancebo víctima de la otra vía a que su pasión podía conducirle, y lloró Pleberio sin haberse dado cuenta del fondo del problema. Por eso, un libro como el de Pieper merecería una más amplia difusión.

Nota redactada en abril de 1999

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