26 octubre 2007

Diario de Paula


Creo que puedo perdonarle a José Ramón Ayllón su ingenuidad desmesurada en cuanto al alumnado de instituto: "algunos siempre con un libro en la mano, aprovechando un tiempo muerto entre clase y clase. De vez en cuando, alguien queda deslumbrado por un hallazgo literario inesperado, y entonces vienen los préstamos, las colas de lectores a la espera". En fin, soñar es gratis y, al cabo, él aspira a hacer una novela ejemplar, siguiendo el uso de la literatura juvenil de ahora.


Estoy hablando de la última novela* de Ayllón, publicada en la colección juvenil Paralelo Cero, de Editorial Bruño. Se titula Diario de Paula y quien conozca Vigo es Vivaldi puede suponer que se trata de una nueva entrega de los chicos del Instituto Cunqueiro de Vigo. De hecho, es la misma historia narrada desde la perspectiva de la chica, y prescindiendo del sorprendente desenlace de aquella.


Novela ejemplar, digo, pues sus mensajes, su lección moral, se hallan descaradamente explícitos, y el autor lo sabe y no le importa. También es consciente de que la carga sentimental (melosa, a veces) es mucho más fuerte que en Vigo es Vivaldi, pues no en vano la narradora es una adolescente, con sus emociones a la intemperie por partida triple, debido a la edad, la crisis familiar y el cambio de residencia. Y, por otro lado, Ayllón sabe lo que les gusta a sus potenciales lectores.


Por eso, digo, porque el autor lo sabe y porque no la ha escrito para un quisquilloso profesor de literatura con más conchas que un crustáceo de la ría de Vigo, le perdono lo ingenuo, lo meloso y lo ejemplar. Y también por otra razón.


El Diario de Paula, como Vigo es Vivaldi, se parece externamente a tantas otras novelas juveniles de esta colección o de Espacio abierto, por ejemplo, que citábamos hace poco. Pero hay algo de nuevo. Nuevo y, diría, refrescante, como la portada del Diario, con esa ventana al mar abierto. Algo que yo llamaría vitalidad. Los personajes de Ayllón aman la vida y la reciben con un gesto gratificante, con un abrazo o una afirmación que llamaría guilleniana, si no fuera porque carecen del escepticismo que aletea en la poesía de Jorge Guillén. La muerte está ahí, sí, pero sólo como un pequeño susto que tras ser superado parece asumirse, no como un punto de llegada, sino como continuación del viaje, quizá de otro modo, pero en la misma vida. De ahí todos esos pasajes, quizá lo mejor de la obra, donde los personajes se dejan atrapar sensualmente de la lluvia, del color del cielo o del frescor de la mañana: morning has broken, no en vano aparece allí esa canción, que en tres palabras y una melodía parece sugerir el mismo despertar de la vida.


No es así en otros títulos de esta especie, donde los muchachos parecen acurrucados para proteger su cachito de felicidad, siempre amenazada por algún malvado. Y ese es otro de los rasgos de Vigo... y del Diario: no hay malos. No niego, por supuesto, la realidad del mal, ni que la literatura deba reflejarlo. Pero aquí la maldad aparece como una carencia, un fallo, en el sentido en que le decimos a alguien "me has fallado". Los malos son los propios personajes cuando, de algún modo, no dan la talla, se fallan a sí mismos o a los demás. Capaces de lo mejor y de lo peor, no son las pobres víctimas de una sociedad viciada que existe sólo para molestarles. Sufro bucho, podría ser, remedando a Millán Salcedo, el título común a tantas y tantas novelas juveniles que sólo tienen de tal el presunto destinatario y la ligereza de su lectura. La juventud, en los libros de Ayllón, la trasudan Borja y Maxi, Paula y Cristina. Y basta, que, más que una nota crítica, esto parece ya un prólogo.


*Esta nota apareció en el llorado Piensa un poco (luego Opina Digital), a raíz de la aparición del Diario de Paula (2003)