23 agosto 2018

De haber una nueva dictadura anticristiana en el mundo


sería, sin duda alguna, mucho más sutil que lo que hemos conocido hasta ahora. En apariencia, seguramente admitiría la religión, pero sin que la religión pudiera intervenir ni en la forma de conducta ni en el modo de pensar.

(Joseph cardenal Ratzinger, La sal de la tierra, cap. "Sobre la situación de la Iglesia")

La profanación del Valle, y las leyes subsiguientes, suponen (no nos engañemos) la reprobación pública de todas aquellas tendencias de pensamiento y de acción política que se alinearon con Franco, de modo que sólo los socialistas y su izquierda, con los republicanos laicistas como eternos compañeros de viaje, queden como impolutos ciudadanos demócratas. Los demás (centro, derecha, etc.) serán admitidos solo como muestra de buena voluntad de los demócratas, siempre que no olviden sus orígenes oscuros y no pretendan gobernar demasiado. Quienes osen decir que la película fue más bien al revés y que los socialistas gobiernan por la magnanimidad del régimen que creó las condiciones para una democracia moderna, serán condenados a la miseria.

Si dice amén a la profanación del Valle, el PP firma y rubrica la historia socialista. Nada nuevo, pues lo viene haciendo desde hace muchos años. El porqué de esta vocación de corderos en la derecha es un misterio, pero se remonta al menos a los años republicanos, cuando la CEDA ganó las elecciones y no quiso gobernar para no molestar a los republicanos guay.

Y lo que haga el PP me trae bastante al fresco, pero que vayan tomando nota los obispos. Porque entre esas fuerzas que se alinearon con Franco estaba también la Iglesia, más que nada porque allí no los mataban. Y ese es el meollo: ha sido siempre prioridad del socialismo, y más del español, la eliminación de la Iglesia de la vida pública. El secreto del odio de los socialistas a Franco, por encima de los años, es que fue quien impidió que se hiciese efectivo ese logro del que se jactaba el Frente Popular: que en su zona no había quedado un cura vivo. Con la ley de memoria histórica en la mano, siempre se podrá expulsar a la Iglesia del olimpo de los demócratas y conminarla al silencio recordándole su pasado franquista. Si en algún lugar estamos cerca de esa dictadura anticristiana sutil que decía el futuro papa, donde se tolera a la Iglesia pero se le impide alzar la voz, es en la España de la memoria histórica.