02 septiembre 2010

¿Es posible que el autor de las "Nanas de la cebolla" sea el mismo

que escupió zafias salvajadas como esta? La pregunta surge espontánea, pero está de más. Hace tiempo que sabemos, los que queremos saberlo, que no podemos idealizar desde el punto de vista humano al que tan bien nos cae como artista. Wagner fue un racista, Bécquer un pornógrafo, Alberti y Cela unos delatores, Rimbaud un negrero, los ejemplos podrían multiplicarse por los vicios y la lista bastaría para curar de espanto al más canelo.

Uno no sabe a qué carta quedarse con respecto a documentos de este estilo. Por pudor, sería partidario de darlo a las llamas y correr un velo sobre aquella hora estúpida del personaje, para quedarnos con lo que le hace grande. Hoy día tienden a airearse y a exhibirse como parte de las obras completas, junto con el papel más insignificante salido de manos del insigne (exceso que denunció Julián Marías). Pero hay en ello un regodeo en la basura tan cierto como el de la tele más vulgar. Por otro lado, sirven para derribar falsos ídolos. Miguel Hernández fue un gran poeta, tal vez un buen esposo y un militante fanático, pero ni de lejos el santo laico que venden por ahí.

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