11 mayo 2010

Nadie vomita

Ángel Ruiz nos recuerda el lamento de Manuel Chaves Nogales por una Francia pacifista y poltrona que sucumbió con facilidad ante la invasión alemana, antes nazis que muertos.

Vintila Horia
nos dibuja un panorama similar en la Venecia del siglo XVII. El príncipe Radu Negru, de Valaquia, viaja a aquella república para pedir al Dux una cruzada contra los turcos, que tras invadir su país amenazan de nuevo a la cristiandad. Pero halla a los venecianos sumidos en la molicie y dispuestos a contemporizar con el otomano. Como de costumbre, el autor nos pone en situación a través de hechos simbólicos, como este.

En aquel momento pasaban junto a ellos un hombre y una mujer. El sol hacía brillar los bronces de las cúpulas y la fachada de San Marcos. Una luz dorada, madura como jugo de melocotón, bañaba el lugar y suavizaba los perfiles. El hombre, un noble, llevaba la espada al cinto. Un aire de desafío ensombrecía sus miradas. Con el brazo derecho, rodeaba, en un gesto de protección, los hombros de su compañera. Caminaban al mismo paso, con prisa de llegar a su casa y de encontrarse solos. Radu-Negru miró a la mujer, cuyos cortos cabellos no llegaban a cubrirle la nuca, y se estremeció de asco. Della Porta se detuvo y le tendió al príncipe la mano, que este estrechó con fuerza.

-Hasta mañana, señor. No penséis más en eso. Como veis, nadie protesta, nadie vomita. Ni siquiera se fijan en ellos. En mi juventud, lo habrían quemado vivo.


Aquella mujer era un hombre.




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