25 mayo 2009

El zoo de cristal


Quizá a esta obra le falten vitaminas en la medida en que no tiene microbios, por emplear el ocurrente símil del marqués de Estella. Puede ser también que la fuerza de las actuaciones en pantalla (Newman, Brando, Clift) aporte la tensión, el desgarro, o lo que sea, que echo en falta aquí. Lo que quiero expresar es que mi conocimiento, sólo cinematográfico hasta ahora, de Tennessee Williams, arrojaba el saldo de una saludable intensidad emocional que venía a compensar los excesos de impudicia por los que también era reconocida esta dramaturgia. Y no me ha producido ese efecto El zoo de cristal, ni en lo uno ni en lo otro.

Lo que sí es cierto es que aparece ya el típico personaje de Tennessee Williams en esa mujer vulnerable e insegura como las figurillas de cristal que colecciona. Una mujer sin suerte en la vida, si puede hablarse de suerte cuando es su propia indecisión la que juega en su contra. Pero sí: su hermano brutal es otro paria sin suerte, a pesar de sus resoluciones drásticas. Por cierto, otro carácter muy de T. W. También lo es la madre absorbente, y la losa del pasado sobre ellos. En todo caso, me recuerda más esta obra a lo poco que conozco de Arthur Miller (la Muerte de un viajante, claro) que a las otras obras de Williams.

Nota redactada en febrero del 2005


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