30 julio 2007

Nosotros


Mucho debió de ser el miedo a una inminente sociedad totalitaria, cuando tres novelistas (cuatro, porque olvido injustamente a Bradbury) urdieron tramas tan semejantes que puede decirse que cada uno no hizo sino añadir matices de su propia visión del asunto. Así que es bueno conocer al primero, que fue quien puso lo esencial: nos encontramos en una sociedad de números, tan perfectamente controlada por el poder central que nadie es capaz de pensar en una alteración del statu quo. ¿Nadie? Como la aldea de los irreductibles galos de Astérix, siempre surge alguien que se decide a pensar por su cuenta, y de aquí arranca propiamente la trama. Como Huxley, como Orwell, Yevgueni Zamiatin es pesimista, y su héroe, foco cancerígeno, es eliminado o curado, quiero decir reintegrado a la situación normal. El propio D-503, a quien los médicos diagnostican que "se le ha formado un alma", toma conciencia de estar enfermo, "enfermo de conciencia personal" (la ironía no es menos sangrienta que en Huxley) y acaba traicionando a su cómplice, I-330, de la que se había enamorado, pero este amor no es capaz (como lo fue en el Raskolnikov de Crimen y castigo) de hacerle pensar como un humano. El lavado de cerebro colectivo ha triunfado.


Y sin embargo (y este es uno de los matices originales que aporta Zamiatin) hay un modo de despersonalizarse que es el que nos hace auténticamente humanos y es justamente el amor. Cuando 503 abraza las piernas de 330 y se siente disolver en el universo, creemos reconocer algo del Aleixandre de La destrucción o el amor.

__
Nota redactada en agosto del 2000.