La llamada música celta consiguió hacerse un sitio en el
fenómeno de la música folk que estalló a partir de los 60, con tipos como Alan
Stivell. Luego se hizo más comercial y rockera con Gwendal, que
fueron quizá los que abrieron camino a multitud de grupos de todas las naciones
celtas, como gustan decir algunos. Entre los gallegos, creo que con razón
el más prestigioso fue Milladoiro. Discos como A Galicia de Maeloc
o Galicia no país das maravillas suponen la integración en los circuitos
comerciales de todo un patrimonio, no solo gallego, ya que allí se abrían a
muestras de otras tradiciones célticas, como en el espléndido Valsvöda.
Sin embargo, la primera producción suya que me agencié fue Galicia
no tempo, que era la banda sonora (sí, tenía banda sonora, como las
películas) de la exposición homónima, un proyecto de la incipiente autonomía
gallega, en la línea de Las edades del hombre pero en plan profano (creo
que en Asturias se montó otra con el título de Astures). Este trabajo
(el de Milladoiro) era inequívocamente celta y gallego pero se inclinaba
ya a otra moda del momento como era la New Age. Es de gran calidad pero
le falta, quizá, la frescura de los citados anteriormente. Era, sin embargo, la
fórmula del momento (Galicia no tempo es de 1991): mezclar lo celta y lo
new age, aprovechando la vena mística del celtismo, y constituyó la base
de un grupo como Capercaillie, por ejemplo. Galicia no tempo consta de
cuatro partes: As raíces, O camiño, O esplendor y O
noso tempo, y como curiosidad diremos que incluye un fragmento en gregoriano
del Codex Calixtinus.
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