Pierre de Boisdeffre dedica este tercer volumen de su obra a Cocteau, Anouilh, Sartre y Camus, para terminar con un ensayo sobre la literatura de hoy (es decir, mediados del siglo XX). De Cocteau nos muestra con tintes positivos el cine y algo la poesía, mientras que minusvalora sus novelas y su teatro (en general). De Anouilh me quedo con una anécdota de su vida, que es que el primer mobiliario con que contó tras su boda fue prestado de un escenario para una de sus obras y cómo, desde esa situación de inopia inicial, fue escalando en éxito y popularidad gracias a su entrega al arte de Talía. De los capítulos dedicados a Sartre concluyo que se trata de un filósofo que hace novelas, o teatro, con el lastre que eso supone para la narrativa o el arte escénico. No he leído nada de este tipo, pero, por los análisis de Boisdeffre, parece que la más interesante de sus obras de teatro podría ser El diablo y el buen Dios, de la que se puede sacar incluso una lección cristiana: que la santidad no es una apuesta personal que se gana o se pierde a base de esforzarse por ser bueno, sin reconocerse pecador ni implorar la gracia divina.
Se extiende bastante Boisdeffre
con el Sartre político, que siempre
estuvo a la izquierda pero que empezó con una postura crítica hacia la Unión
soviética para pasar luego a considerar que todo ataque al comunismo suponía
dar un cable al capitalismo, con lo cual, si estabas del lado bueno de la
historia, es decir, a la izquierda, no podías emitir ninguna crítica al
comunismo aunque estuviese fundada. Este modo de pensar llegó a calar en la
clase intelectual de la segunda mitad de siglo, y era lo que denunciaba George Orwell en el prólogo a Rebelión
en la granja, que tuvo problemas para ser aceptada por los editores
británicos. Como consecuencia lógica, Sartre
acabó aceptando el marxismo y al Partido comunista francés como mesías de la
clase obrera.
A Camus lo mira
con bastante simpatía, como corresponde a un tipo intelectualmente honrado y
amigo de tomar partido por el ser humano allá donde piensa que mejor se
sostiene esta lucha, y eso a pesar de su desorientación existencial, que le
lleva a diseñar a un Meursault, el
extranjero, el hombre que habla de sí mismo como si fuera cualquier otro y
que mira sus circunstancias como quien ve llover. Boisdeffre disecciona su moral con bastante sutileza, hasta el
punto de que me resulta difícil seguirle. Dice preferir sus últimas
producciones, sobre todo El mito de
Sísifo y los cuentos de El exilio y
el reino.
De los microensayos incluidos en los apéndices, el más claro
en sus argumentos me parece “La literatura, recreación de un mundo”, del que
tomo algunas notas que otro día estamparé aquí.
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