Desde Nietzsche, busca Europa un quinto evangelio. Ya exalte los alimentos terrestres o comunique su propia náusea, la literatura actual [mediados del XX] solo tiene una certeza: sabe que Dios ha muerto, y se esfuerza en reemplazarlo por el hombre. ¿Cómo no ver en esta inmensa empresa el signo de una decepción y de una espera trágicas?
“Albert Camus o la
experiencia trágica”, Metamorfosis de la
literatura vol. III
La literatura contemporánea,
hemos hecho notar, es, por esencia, destructora –del orden social, de las
instituciones, de las ideas sobre las que vivimos--, para desembocar en el
mismo proceso humano. Dios ha muerto, la ciudad de los fines se desploma, la
ciencia resulta impotente para dar la felicidad a la humanidad, la tortura
resucita… El mundo deja de ser esa vasta finalidad aseguradora cuyo centro y
medida era el hombre. Convencido de que ha sido creado para nada, que está de más, el escritor solo puede rebelarse ya contra su condición. La
literatura se convierte en una enorme empresa de demolición. Pero no basta con
destruir, sería necesario reconstruir. Aquí se evidencia la carencia de toda
una literatura, precisamente de una literatura cuyas
pretensiones metafísicas parecían perfectamente definidas.
“La literatura, recreación de un mundo”, id.
Porque hemos perdido
la medida del hombre tenemos la tendencia a creer que solo es grande en la
desmesura. Pero el hombre es grande cuando lleva a su más alto nivel posible su
capacidad de destino, no cuando encarna su ocaso o su locura. Otros creyeron
que el hombre no podía realizarse más que en un destino fuera de serie; los
comunistas exaltaron la historia de Prometeo. Saint-Éxupery se limitaba a
resumir el humanismo en esta frase (de Guillaumet, creo): “Lo que he realizado,
ningún animal podría haberlo hecho”. Malraux, más orgulloso, profería: “He
negado cuanto pedía en mí la bestia interior, y he llegado a ser hombre sin el
concurso de los dioses”.
Id.