Hay puristas en todo, y su opción no tiene por qué cargarse
con connotaciones negativas.
Tete Montoliu tenía todo el derecho a hacer
jazz como
Duke Ellington, y
Edmund Crispin a escribir novela
policíaca a lo
Agatha Christie. Un colegio inglés con su ceremonia de
graduación, modales exquisitos, ironías sutiles, un detective culto y una larga
explicación final, son ingredientes de este relato y al parecer del resto de
los que escribió este hombre.
Lo de Trabajos de amor ensangrentados alude a Shakespeare,
claro, porque Shakespeare forma parte de la trama, y los guiños al bardo
y a su obra son constantes. El Gervase Fen que ejerce de detective bosteza
cuando tiene que explicar una solución tan clara, para él, a gente tan obtusa
como la que le rodea. Pero antes ha tenido que sudar y pasar miedo enfrentándose
a los malos, y hay que reconocer que Crispin tiene arte para narrar
estas secuencias aventureras. En realidad, toda la novela es un buen divertimento,
tanto por el dicho arte narrativo como por el abundante humor, presente tanto
en el diálogo como en las situaciones.
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