Este meritorio ensayo está compuesto como una alabanza de
fines y de medios; vamos, que va en plan laudatorio. Sin embargo, no consigue
convencerme de que la escritura automática sea algo más que una técnica útil
para psiquiatras, o que la yuxtaposición de cosas extrañas sea buen medio para
captar esas cosas que no puede soñar la
filosofía. Eso sí, ayuda a comprender un poco más la poesía de un Vicente Aleixandre, que es el
surrealista que mejor conozco, y ello a pesar de que no lo nombra nunca. La
lucha por borrar los límites, el amor como deseo de fusión con una totalidad
digamos mística, todo eso, que yo creí original de don Vicente, está en la
carta de identidad del surrealismo, según Carrouges,
porque al parecer se trata de salir de un Matrix (¿alguien se acuerda ya de aquello?)
creado por una razón y un sentido común
de cortos alcances.
Antes de pasar a analizar la escritura automática y el azar
objetivo, conceptos claves del surrealismo, Carrouges vincula aquí el surrealismo con viejas metafísicas, en
concreto con el hermetismo y con la alquimia, conocidas bastante bien por Breton, al parecer, y concluye con un
análisis de la relación del arte surrealista con la ciencia. En este sentido, Carrouges no rechaza nada, sino que
opta por una complementariedad: arte y ciencia cooperando en la búsqueda de esa
superrealidad que un día estará a nuestro alcance. En definitiva, creo que Carrouges esperaba demasiado de un movimiento más bien
limitado, a no ser que se amplíen sus conceptos fundamentales hasta abarcar
todo arte que pretenda no quedarse en lo superficial.
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