La retirada de Matar a un ruiseñor y Huckleberry
Finn de algunas escuelas de Virginia, a instancias de un padre molesto por
su "lenguaje racista", ilustra bastante bien esa "apoteosis de
la superficialidad" que alguien enunció como diagnóstico de nuestro tiempo,
hace algunos años. Si a esa superficialidad le añadimos la hipersensibilidad
que ve en cualquier cosa un derecho conculcado, tendremos el origen de esta y
de muchas tropelías semejantes que nos dejan perplejos.
La anécdota me recuerda el modo como Fernando Vizcaíno
Casas se burlaba de la censura sufrida, en su día, por la novela La fiel
infantería, de Rafael García Serrano, de la que se retiraron algunas
expresiones soeces, una de ellas, al parecer, en boca de un soldado al que le
había caído una piedra en el pie. Por lo visto, ironizaba Vizcaíno, el
censor hubiera preferido que el soldado dijera: "¡Cielos, y cuánto
infortunio el mío! ¡En verdad que duele esta contractura!"
De modo que el gran alegato contra los prejuicios raciales
escrito por Harper Lee molesta porque alguien llama a los negros como solían
llamarles en la época y el lugar en que se desarrolla la obra. Y que la novela
de la que según Hemingway procedía toda la literatura norteamericana moderna,
un delicioso canto a la amistad entre un blanco y un negro, no deben leerla los
niños de hoy porque sus personajes no se refieren a los negros como ciudadanos
y ciudadanas afroamerican@s...
Pero qué se apuestan a que si un padre se hubiera quejado de
los libros de Haruki Murakami por verduscos y guarros, no los habrían
retirado sino que habrían puesto al padre en su sitio...