No tiene nombre (solo una vez lo llaman
Piccolino, pero puede ser un mote) y es una criatura amoral a quien
no le importa matar. En todo caso es fácil compararlo con el
intelectual nihilista contemporáneo. No es un bufón (le falta por
completo el sentido del humor) pero está al servicio de príncipes,
a los que juzga desde la altura de su inteligencia. Su enanismo le
inscribe en una casta que sabe que solo puede ser solidaria de sí
misma. Con todo, admira a su príncipe, que podría ser figura a su
vez del político moderno, no menos amoral que su confidente.
La novela, en efecto, se sitúa en la
Italia del Renacimiento, donde Maquiavelo pudo teorizar sobre lo que
había visto (el príncipe “da la impresión de comprenderlo y
dominarlo todo, o por lo menos de aspirar a ello... Pero es muy
hipócrita... En cierto sentido es inaccesible”). El enano nos da
un panorama de la vida en aquella corte, siempre desde su prisma
escéptico e incapaz de comprender el amor... y de ejercerlo, pues
los escarceos eróticos le producen solo asco. En cambio, ama la
guerra y se enorgullece de pelear como el que mejor, mientras
aborrece la corrupción por dinero. Pero no desdeña el recurso a la
traición para sobreponerse al enemigo...
Novela, pues, de personaje a la vez que
de ambientación histórica. Pär Lagerkvist convence. Un día de estos me cogeré el
Barrabás, a ver qué tal.
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