Venía a decir que para el bien de nuestras almas hubiera sido mucho mejor que en España no hubiera habido Reconquista, y que hubiésemos seguido siendo un país de moros; con lo cual, en vez de ser ahora unos católicos tan peculiares, y decía peculiares de una manera ofensiva, seríamos un puñado de católicos de machamartillo en tierra de infieles, y ello nos obligaría al máximo rigor con nosotros mismos.
Su ideal era una España mozárabe en el siglo XX. Se relamía imaginando las mágníficas y sangrientas persecuciones de que podríamos ser objeto, la heroica defensa de la fe, con martirio incluido, que iba a producirse, como en los buenos tiempos del Califato de Córdoba. Tan hermosas perspectivas se habían estropeado lastimosamente, primero con los Reyes Católicos, y ahora con Franco.
Habíamos dejado perder una gran oportunidad. Se le encendía en los ojos un brillo inquietante, y yo solía pensar que acariciaba el sueño de morir en la hoguera o de hacer morir en la hoguera a los herejes, no estoy seguro de cuál de esas cosas le parecía más atrayente...
La ironía de Carlos Pujol (Cada vez que decimos adiós) es de las más finas que hoy se despachan.
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