30 octubre 2016

Sosa... cáustico


Segunda República:

...unos pocos años que tanta nostalgia producen en la actualidad en ambientes que podríamos llamar tiernos en materia de saberes y lecturas.

En Francisco Sosa Wagner, La independencia del juez, ¿una fábula?


27 octubre 2016

Pedro Sánchez


Una de "menosprecio de corte y alabanza de aldea", marca de la casa. Solo que aquí Pereda se centra más en la corte: de hecho, la novela se desarrolla en su mayor parte en Madrid. El tal Pedro es un jovencito montañés que un día conoce a unos veraneantes (como diríamos hoy) de alto copete que le prometen un buen empleo en la capital, más alto que sus pequeñas ambiciones de sustituir a unos paisanos malquistos en la administración de las cosas del pueblo. Pero una vez allí, el gran señor, que resulta ser un ministro o al menos alto cargo en el gobierno, con fama de corrupto, no hace sino dar largas a nuestro hombre, hasta que a este le llega la oportunidad de medrar en el gran mundo por otra vía: la de dirigir un periódico progresista. Haciendo de la necesidad ideología, acaba convertido en uno de los líderes de la revolución liberal de 1854.

Como cabe esperar, Pedro es una víctima de las vanas ambiciones de la cortesanía y Pereda no deja de ridiculizar costumbres como los bailes de salón ("pasatiempo más propio de salvajes que de hombres cultos que se estiman en algo"), las cursiladas literarias (en el álbum de una dama "había estrofas en forma de cáliz, de guitarra, de cruz... sonetos encerrados en orlas de pichones con guirnaldas en el pico...") o los saraos interminables en casa de la gente guapa. Hay retratos intemporales, como el de las masas que nutren las algaradas ("abundaban las mujeres de rompe y rasga, y... los hombres de mala catadura; castas que parecen nacidas para estas cosas, porque nunca se las ve más que en los motines"; o escraches, podríamos añadir) o los políticos con dos caras: "Mire usted: mi padre es el mejor de los hombres en su familia, en los pasillos del teatro, en su pueblo de usted..., en todas partes menos en el sillón de su despacho oficial, y donde quiera que ejerza de político entre los suyos. En estos casos se transfigura y pierde la memoria de las cosas sencillas y ordinarias del mundo, porque lo posee de pies a cabeza el demonio del imperio con todas sus durezas y vanidades. Es una enfermedad propia de las gentes del oficio, y no tiene cura..."

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12 octubre 2016

Cuando todos somos toros


Hay algo que no suele salir en los debates sobre los bestias que desean la muerte a los toreros e incluso a niños enfermos que sueñan con serlo. Me refiero a esto: el español de cuarenta para abajo ha sido educado en la creencia de que el hombre no es más que un animal más evolucionado. Nada nos separa esencialmente, por tanto, de un toro, un perro o un gorila. De modo que la recíproca también es cierta: un toro, un perro o una oveja son "personas" menos evolucionadas. Si hacer violencia (y más aún hacérsela hasta la muerte) a un ser humano causa horror, para estos españoles subdesarrollados la que se hace a un animal merece la misma condena, en pura lógica.

Ya sé que esto no justifica a los miserables que expresan su odio por las redes, pues, independientemente de la educación que uno haya recibido, la mente humana se rebela por instinto contra un asesino y encuentra muy natural que se aplaste a una cucaracha. Digamos que no hace falta haber estudiado antropología para eso. Pero todos sabemos hasta qué punto humanizamos a los animales más cercanos biológicamente a nosotros e incluso les tomamos cariño. Añadamos encima el interés personal por ser un animal (que está en la base, no nos engañemos, de las ideologías materialistas), y tendremos listo el cóctel.

Como explicaba Martin Rhonheimer, nos va mucho en afirmar la diferencia radical de la persona con los animales, porque en la equiparación salimos perdiendo, y mucho. Pensemos en la eutanasia, por ejemplo: todos animales, todos apiolables llegado el caso. Porque al animalista, en el fondo, no le horroriza la muerte, sino el dolor. Despenaría sin dolor a su perro para evitarle sufrimientos; por qué no al abuelo que ya se siente inútil o le hacemos sentir inútil. La lógica es implacable.


11 octubre 2016

–¿La Ilustración es, pues, una contradicción?

Está en tensión entre su polo metafísico panteísta, que inspira racionalismos totalitarios, y su polo ético-político, que aspira a la libertad. 

No es mal modo de explicarlo. Es Jean Guitton (Mi testamento filosófico), en una imaginaria conversación con Henri Bergson, quien hace la pregunta.  



05 octubre 2016

El retrato de Dorian Gray


No me entusiasmaron nada los inicios, con ese sir Henry petulante y sus ocurrencias cínicas, que no sé si escandalizarían entonces, pero que hoy parecen propias de una celebridad televisiva cualquiera. Un Luis Eduardo Aute o un Joaquín Sabina resultan más ingeniosos.

Sucede que luego te das cuenta de que es el sir Henry el que va a quedar mal, o por lo menos como un pobre fantasma, ante la tragedia que se desarrolla en la novela. Frente a él, tal vez imagen del Oscar Wilde más superficial (de su máscara, como con acierto dice Ignacio Arellano), aparece aquí en su propio infierno un Dorian Gray en el que hoy es fácil ver la imagen del laicista contemporáneo y del que Wilde supo tomar distancias. Es ese hombre que huye de su propio retrato hasta el punto de asesinar a quien se lo muestra, porque no puede soportarlo. El hombre que se ha fabricado una respetabilidad artificial mientras viola su conciencia una y otra vez hasta la hora de la verdad. Si llamamos corrección política a la carita guapa de Dorian Gray e Iglesia al pintor que insiste en ponerlo frente a su imagen, la cuenta sale, aunque Oscar Wilde no tuviera una intención tan explícita y aunque la corrección política llevara otros nombres en su tiempo. Es curioso que en su día ciertos críticos tildaran la obra de diabólica, o poco menos. Wilde debió de reírse bastante con ello.

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02 octubre 2016

Damas soeces


Una de las conquistas sociales más apreciadas por las mujeres que aprecian las conquistas sociales es la de poder hablar tan procazmente como los hombres que hablan procazmente. Al menos a juzgar por lo que se oye. Ejemplo: tertulia de Carlos Herrera en la COPE. Sale a colación una coplilla que dice no sé qué de una vieja y un viejo. A la señora presente (y hasta entonces no me había percatado de que había una señora en la tertulia) le falta tiempo para manifestar que la conoce; por supuesto, se ponen a cantarla y la doña lo hace con visible entusiasmo.

Creo que aquel día salió de allí con sensación de plenitud. Y sin tener ni idea de que a los varones presentes probablemente les hizo el mismo efecto que verla cagando y con ojeras. Al menos a mí es lo que me pasa en esos casos, y tengo comprobado que no soy ninguna especie rara, antes bien me sucede con frecuencia constatar con disgusto que tengo tendencias muy adocenadas en casi todo. Otra cuestión es que la corrección política (y ya se sabe que la igualdad a ultranza es su mandamiento principal) impida manifestar estas cosas.