27 octubre 2016

Pedro Sánchez


Una de "menosprecio de corte y alabanza de aldea", marca de la casa. Solo que aquí Pereda se centra más en la corte: de hecho, la novela se desarrolla en su mayor parte en Madrid. El tal Pedro es un jovencito montañés que un día conoce a unos veraneantes (como diríamos hoy) de alto copete que le prometen un buen empleo en la capital, más alto que sus pequeñas ambiciones de sustituir a unos paisanos malquistos en la administración de las cosas del pueblo. Pero una vez allí, el gran señor, que resulta ser un ministro o al menos alto cargo en el gobierno, con fama de corrupto, no hace sino dar largas a nuestro hombre, hasta que a este le llega la oportunidad de medrar en el gran mundo por otra vía: la de dirigir un periódico progresista. Haciendo de la necesidad ideología, acaba convertido en uno de los líderes de la revolución liberal de 1854.

Como cabe esperar, Pedro es una víctima de las vanas ambiciones de la cortesanía y Pereda no deja de ridiculizar costumbres como los bailes de salón ("pasatiempo más propio de salvajes que de hombres cultos que se estiman en algo"), las cursiladas literarias (en el álbum de una dama "había estrofas en forma de cáliz, de guitarra, de cruz... sonetos encerrados en orlas de pichones con guirnaldas en el pico...") o los saraos interminables en casa de la gente guapa. Hay retratos intemporales, como el de las masas que nutren las algaradas ("abundaban las mujeres de rompe y rasga, y... los hombres de mala catadura; castas que parecen nacidas para estas cosas, porque nunca se las ve más que en los motines"; o escraches, podríamos añadir) o los políticos con dos caras: "Mire usted: mi padre es el mejor de los hombres en su familia, en los pasillos del teatro, en su pueblo de usted..., en todas partes menos en el sillón de su despacho oficial, y donde quiera que ejerza de político entre los suyos. En estos casos se transfigura y pierde la memoria de las cosas sencillas y ordinarias del mundo, porque lo posee de pies a cabeza el demonio del imperio con todas sus durezas y vanidades. Es una enfermedad propia de las gentes del oficio, y no tiene cura..."

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