31 julio 2014

Matchbox: "Midnite Dynamos"


La segunda salida de Matchbox (1980) arroja un resultado tan brillante como la primera. De tener que elegir, me quedaría con el disco del 79, por una razón: en Midnite Dynamos se nota que Steve Bloomfield empieza a adornarse y a mariposear demasiado por los terrenos aledaños al rock and roll. Le sobran facultades, a él y a sus chicos, para hacerlo, y de hecho el resultado es casi siempre brillante, como en Stranger in Nevada (instrumental con ecos de Riders in the sky), Sweet Lolita o JellyRoll. Pero otras veces no lo es tanto: por ejemplo, el tema titular es una caca, aunque lo eligieran como single y lo programasen en las emisoras de radio.

También aquí las composiciones propias y las versiones se reparten al cincuenta por ciento. Mejoraron el Marie Marie de los Blasters, donde el guitarrista Gordon Scott empezaba a proclamar sus derechos como voz solista; desempolvaron un tema del malogrado Ritchie Valens (C´mon let´s go) y se volvieron a atrever con Buddy Holly (When you ask about love), al que, como de costumbre, Fenton remeda estupendamente.

En este disco la formación se convirtió en sexteto, ya que incorporaban a un nuevo guitarrista, Dick Callan, que también tocaba el violín, como se vio en Babe´s in the wood, ya en su siguiente producción. Por cierto, hablé antes de su segunda salida: quiero decir como grupo de éxito, porque antes habían publicado, que yo sepa, dos discos, pero de difusión discreta.

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29 julio 2014

La historia interminable


Un crítico decía de la película El gran Gatsby: "una sesión de fuegos artificiales de excesiva duración". Es justamente como yo definiría La historia interminable. La imaginación de Michael Ende es desbordante y uno se halla diciendo ¡oh!, ¡oh!, una y otra vez ante criaturas como Igramul el múltiple o Graograman, la muerte multicolor, y ante lugares como el desierto de colores o el monasterio de las estrellas. Pero a partir de un momento dado, y sin que cese la admiración, el paladar empieza a sentir empalago. Así que es fácil hacer guasitas con el título.

Y, sin embargo, la imaginación es la gran baza de un libro cuyos planteamientos no tienen nada de original: un niño tímido y acosado (como hoy se diría) por sus compañeros de colegio se refugia en los cuentos fantásticos y un buen día empieza a vivir esa aventura que siempre soñó, una aventura que a veces se presenta como alegoría del mundo: Bastian comprendió, dice el narrador en un momento dado, que no sólo Fantasía estaba enferma, sino también el mundo real. Ambos interaccionan a lo largo de la novela y el protagonista acaba transformado moralmente por su aventura.

Como de costumbre, el cine vino a suplir a la imaginación. Por lo poco que he visto, creo que lo hizo bastante bien.



14 julio 2014

Los buenos republicanos



Para el coronel Moreira César, la república y la democracia parlamentaria no son sistemas deseables por sí mismos, sino en cuanto le permiten hacer su política. Si los controlan los otros, no sirven. Curiosamente, acusa a su enemigo de querer destruirlos…

Hay una rebelión de gentes que rechazan la república… Objetivamente, esas gentes son instrumentos de quienes, como usted, han aceptado la República sólo para traicionarla mejor, apoderarse de ella y, cambiando algunos nombres, mantener el sistema tradicional. Lo estaban consiguiendo, es verdad. Ahora hay un presidente civil, un régimen de partidos que divide y paraliza al país, un Parlamento donde todo esfuerzo para cambiar las cosas puede ser demorado y desnaturalizado con las artimañas en las que ustedes son diestros. Cantaban victoria ya, ¿no es cierto? Se habla incluso de reducir la mitad de los efectivos del Ejército, ¿no? ¡Qué triunfo! Pues bien, se equivocan. Brasil no seguirá siendo el feudo que explotan hace siglos. Para eso está el Ejército. Para imponer la unidad nacional, para traer el progreso, para establecer la igualdad entre los brasileños y hacer al país moderno y fuerte. Vamos a remover los obstáculos, sí: Canudos, usted, los mercaderes ingleses, quienes se crucen en nuestro camino. No voy a explicarle la República tal como la entendemos los verdaderos republicanos. No lo entendería, porque usted es el pasado, alguien que mira atrás. ¿No comprende lo ridículo que es ser Barón faltando cuatro años para que comience el siglo veinte? Usted y yo somos enemigos mortales, nuestra guerra es sin cuartel y no tenemos nada que hablar.

Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo

Y a mí que me suena...

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03 julio 2014

Las difíciles circunstancias


Cada vez que se muere una escritora en España es obligado utilizar ciertos adjetivos: tristes, difíciles, gris... en referencia a las circunstancias en que desarrollaron su labor, por ser mujeres y por haber lo que había. Acaba de suceder con Ana María Matute. Uno puede recibir la impresión de que los escritos de estas mujeres permanecieron en el cajón hasta que cumplieron los sesenta o que sólo vieron la luz en Francia o en Uruguay. Y, sin embargo, hablamos de la época en que Elisabeth Mulder, Luisa Forrellad, Concha Alós, Carmen Laforet, Carmen Kurtz, Elena Quiroga, Dolores Medio, Carmen Martín Gaite, Eulalia Galvarriato, Paulina Crusat, Mercedes Salisachs, Carmen Conde, Concha Zardoya, Gloria Fuertes o la propia Ana María Matute publicaban y eran reconocidas con los premios Planeta, Nadal y otros. Nunca hubo tanta producción literaria de autoría femenina como en aquella época, si exceptuamos la siguiente, claro.

De Ana María Matute conozco una novela bien escrita, La torre vigía, y una buena novela, Primera memoria. Hay una diferencia entre ambas cosas, sí, aunque Primera memoria también está estupendamente escrita. Si añado su cuento infantil Paulina, que tuve que leer para ver qué les estaba ofreciendo a los de 1º de la ESO, Matute se me revela como una escritora de gran sensibilidad que no pierde de vista la famosa circunstancia, es decir que se une al inmenso why que constituye toda literatura de posguerra, por utilizar el eslogan que se puso de moda cuando la guerra de Vietnam. Una sensibilidad y una compasión hacia el ser humano sufriente que compensa en cierto modo la ausencia de ideas, no digamos de respuestas.

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01 julio 2014

Marty Robbins (The Country Store Collection)


Marty Robbins poseía una voz agradable y potente, una apariencia simpática y un talento nada común de compositor. Murió en accidente de avión hacia 1980 pero dejó un repertorio inmenso. Esta recopilación (de las pocas que se podían encontrar en 1989) reúne muestras de algunas de las muchas teclas que tocó. Era básicamente un cantante de western y él mismo compuso clásicos como El Paso o Big iron, pero recreó estupendamente otros como la balada de El Álamo, Streets of Laredo o Cool water. En los 50 no se privó de hacer rock and roll y ahí está, por ejemplo, Ruby Ann. Le tiró la música hawaiana, de la que aquí no hay ejemplos, y por supuesto la mexicana: en María Elena exhibe un español muy mejorable pero no deja de recordar a Los Panchos.

Pero, después del western, su faceta más relevante es la de la canción romántica, lo que allí llaman crooning, para la que no le faltaban cualidades vocales (nada que envidiar a Matt Monro o a Andy Williams, por ejemplo) y donde obtuvo éxitos indiscutibles como My woman my woman my wife, aquí no representada. En cambio tenemos The air that I breath o I did what I did forMaria.

Cuando alguna vez ha ido a buscar en otras voces (Don Edwards, Sons of the Pioneers) cosas que él cantó, no han pasado la prueba. En western, Marty Robbins.

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