31 julio 2012

Servicio especial (y III)

Dejando a un lado la tercera parte, que es una galería de personajes que trató el autor en algún momento de este período, si algo nos deja claro esta libro de San Martín es el estupor que sintió su protagonista ante la absoluta falta de voluntad para defender el Estado del 18 de julio. ¿Quién, en efecto, deseaba realmente la perduración de aquel régimen? Quiero decir quién se hallaba empeñado en ello, porque sobre el papel a nadie le interesaba el triunfo de la subversión, pero no se actuaba en consecuencia, y, como decía santo Tomás, quien dice que quiere algo pero actúa de modo totalmente opuesto es que en realidad no lo quiere. Sólo el llamado bunker, quizá, daba muestras en este sentido, pero eran cada vez más tildados de reaccionarios o catastrofistas.

Fue esto lo que hizo que la mudanza se llevara a cabo con tan curiosa naturalidad: "te quito esto, ¿de acuerdo?; voy a poner esto aquí, ¿te parece?" Si algo nos llama la atención de esta fase de la vida española es la implacable lógica con que actuó la historia, tan inusual en ella que nos costó reconocerla; hasta el punto de que pocos preveían una transición sin que nos diéramos unos cuantos palos. Pero así fue. El régimen, personalista como fue, se apagó conforme se apagaba su fundador, para desembocar llanamente en un sistema democrático homologable a los europeos. La pena fue la inmensa torpeza con que ha actuado luego este nuevo régimen, con una izquierda a la que nunca le ha interesado la democracia y una derecha empeñada en demostrar que a ellos sí, aun a costa de terribles claudicaciones. Es fácil ver, pues, qué es lo que llevó a San Martín a embarcarse en la desgraciada aventura del 81. Encargado de la defensa de un barco, asistió estupefacto a su hundimiento y contempló cómo el nuevo hacía aguas por todas partes. Cuando se le ofreció una oportunidad de reconducir las cosas de acuerdo con sus principios, se lanzó a fondo. Creo que es eso lo que llaman lealtad.

Julio de 1993

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30 julio 2012

Servicio especial (II)

He leído, con bastante retraso, las memorias del coronel San Martín, procesado por los acontecimientos del 23-F. Memorias que se circunscriben a la época en que dirigió el Servicio de Informaciónn que, impulsado por Carrero Blanco, se convertiría luego en el Servicio Central de Documentación y con posterioridad en el CESID. El libro fue escrito en la cárcel, y parece ser una especie de desahogo, un testimonio ofrecido en vistas de que nada tenía ya que perder. Para ser sincero, me ha revelado pocas cosas nuevas. En algo tenía que entretenerse San Martín en la cárcel, y lo hizo contando la historia de aquel Servicio Especial del que fue prácticamente el creador y del que tan orgulloso se siente, como podemos apreciar a lo largo de las páginas. Esta historia constituye la primera parte del volumen. La segunda está dedicada al análisis de la subversión, es decir, las actividades de las fuerzas opositoras durante el período 1968-73 y de cómo el Servicio trató de contrarrestarlas. Es la parte más interesante del libro, y que muestra cómo nuestro hombre se quedó prácticamente solo a la hora de defender el régimen en su flanco ideológico. Ante las reiteradas advertencias de San Martín de que era necesario combatir con medidas políticas lo que era un problema político, el gobierno se contentaba con la pura y simple represión, de modo que el pueblo español, fortalecido económicamente, se alejaba más y más del régimen. El problema era especialmente grave en lo concerniente a la juventud, ganada poco a poco por las ideas marxistas, sin que llegasen a cuajar las iniciativas promovidas por el Servicio, tales como la creación de asociaciones adictas, difusión de principios ideológicos que pusieran en evidencia la debilidad del comunismo...


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28 julio 2012

Servicio especial (I)

Cada vez aparece más claro que el llamado 23-F fue el último acto de la obra de liquidación del régimen nacido el 18 de julio y su sustitución por otro que se adecuara, en principio, al modelo europeo. Hay que reconocer que esa operación se llevó a cabo de un modo impecable. "Modélica transición", han dicho hasta la náusea desde todos los frentes. Lo fue, sí, pero no desde el punto de vista ético, puesto que esa transición empezó con el asesinato del almirante Carrero (pieza sine qua non) y se vio oscurecida por las continuas acciones de ETA en el Norte, ante la pasividad de unos gobiernos que tenían mucho que callar. Fue impecable en su ejecución: la demolición de las estructuras del anterior régimen y el levantamiento de las nuevas se hizo paso a paso, sin grandes convulsiones, con el protagonismo de hombres de dentro (Suárez, Martín Villa, Oreja, etc.), actuando la oposición como un mero acelerador de los acontecimientos (que habría echado todo a rodar si se hubiera dejado la batuta en sus manos). Legalizados los partidos políticos, aprobada una Constitución, sólo faltaba limpiar las Fuerzas Armadas. Los ruidos de sables no habían cesado desde que todo se puso en marcha, y los amagos de conspiración se sucedían. Si una de esas intentonas llegaba a un punto crucial y fracasaba, eso serviría de vacuna contra el golpismo: los últimos militares descontentos verían que no había nada que hacer, que el nuevo estado de cosas era irreversible. Así sucedió. La enorme manifestación que siguió a la entrega de las armas vino a poner la rúbrica: no había vuelta atrás posible.


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27 julio 2012

La isla de las tres naranjas (y III)

Y, sin embargo, La isla de las tres naranjas no es una gran novela. Sirve, sí, como obra de arte, pero le falta solidez argumental. El tema es una de tantas paráfrasis de la Redención, en que un héroe salva de la miseria a un mundo, inaugurando así una nueva época de esplendor. El redentor es en este caso Roger de Adiá, soldado de fortuna, marcado por el destino para la misión de devolver al reino de Montcarrá el Valor, la Paz y la Prosperidad simbolizados en su estandarte de las tres naranjas -nueva referencia gastronómica, genio y figura-, y perdidos desde que el rey Flocart se halla dominado por una extraña voz. La princesa Garidaina, hija de Flocart, será la colaboradora de Roger en esta misión, y, más que colaboradora, parece que tiene en la liberación del reino un papel más decisivo aún que el del soldado. El caso es que, ambos a dos, con la ayuda del criado Poncet, el poeta Guiamón y el monje Guiós, y conducidos por un Destino que nunca se nos presenta como fatal, dan al traste con el montaje del canciller Ferruç y, a costa de la muerte involuntaria de Flocart, el pueblo los proclama reyes. Todo ello, como digo, rodeado de un halo místico en que el dominio de Ferruç es presentado como una época de tinieblas (simbolizada hasta cierto punto en el dragón de Montcarrá, cuya muerte es el principio del fin) y la victoria de Roger como el alumbramiento de una nueva época. Para contribuir a tal efecto, la oscuridad cubre la isla desde la muerte del dragón hasta la victoria final. Por otra parte, el hecho de que el narrador sea un poeta explica en cierto modo que la historia cobre este relieve mítico. La obra es , en conjunto, un gran poema épico en prosa, compuesto con una intención puramente lúdica, el divertimento de un novelista, podríamos decir, pero también del lector, que puede pasar un muy buen rato con su lectura.


Septiembre 1990

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25 julio 2012

La isla de las tres naranjas (II)

Deslumbrante, por un lado. Es realmente majestuoso el momento en que la princesa Garidaina, tras matar a la bestia de Montcarrá, se convierte en la heroína Estrella de Oro, con un poder lumínico materializado en esa estrella que le surge en la frente, o aquel otro anterior, con el que culmina la primera parte, en que Roger, velando la Herramienta de Paz, es, digámoslo así, confirmado en su misión por un aura heroica, ante los admirados ojos del poeta Guiamón, el narrador. Y no sólo los grandes momentos, sino incluso las luchas más banales o las diversas peripecias del viaje hasta el Monasterio del Hombre Sabio, son presentadas con una excepcional riqueza de matices sensoriales, en la mejor tradición de la literatura modernista catalana, a la que Fuster parece rendir tributo.

Y otra vertiente de esta vía estética es el realismo, en el sentido de plasticidad. Pocos relatos caballerescos nos dibujan las diversas sensaciones que los personajes experimentan como en la novela de Fuster. Sensaciones táctiles: la niebla que rodea a los protagonistas "como un aliento gélido" (imagen que se repite varias veces), símbolo del poder tenebroso que parece estar a punto de triunfar. Visuales: la claridad lechosa que ilumina un pasadizo del palacio de Montcarrá, dándole un aire espectral. Gustativas: el vino "joven y espeso" que calienta y adormece. Auditivas, como la voz del Hombre Sabio, que era, entre otras cosas, como un laúd mágico, y la misteriosa voz que domina la voluntad del rey Flocart, "ni de hombre ni de mujer, como el eco de un trueno lejano". Olfativas, como el olor a estiércol que desprende el cubil del dragón. O sensaciones de conjunto, como en la descripción del ambiente insano que domina los alrededores del Campo Oscuro, inanimado, plomizo, agobiante.


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23 julio 2012

La isla de las tres naranjas (I)

A poco de sumergirnos en la historia de La isla de las tres naranjas, de Jaume Fuster, sabemos de buena tinta que el "misterioso viajero" es el traidor, el enemigo oculto que prepara todas las trampas al soldado Roger en su odisea. Y es más, Jaume Fuster sabe que lo sabemos, porque no ha escrito su novela para un público infantil en exclusiva. Pero eso no le importa demasiado, ni nos importa a nosotros. Porque el valor fundamental de esta novela no reside en la intriga. De otro modo, cabría preguntarse cómo un argumento tan ingenuo consiguió llegar a la final del premio de novela Ramón Llull. Lo que pretende Fuster es crear un luminoso fresco a partir de un género manido y con pocas posibilidades de innovación en el fondo. Crear belleza plástica sobre algo ya dado, ya conocido por todos, algo así como si pretendiéramos pintar un bodegón con colores deslumbrantes y de un verismo arrollador. Por cierto que, dicho sea entre paréntesis, la comparación con el bodegón no está nada fuera de lugar, si tenemos en cuenta que una de las peculiaridades del libro es la descripción pormenorizada de los frecuentes banquetes con que se regalan los protagonistas. Cosa que no es de extrañar, conociendo la personalidad de Fuster, amante a ojos vista de la buena mesa. La novela es, en fin, equiparable a uno de esos comic mágico-caballerescos que los buenos dibujantes actuales fabrican, también deslumbrantes en la forma -colorido, riqueza de líneas, perfección de la figura humana, imaginación en los personajes- y relativamente pobres en el fondo. Y no es que La isla de las tres naranjas posea un argumento pobre, pero es el propio género el que impone sus limitaciones, y después de Tolkien -a quien Fuster rinde homenaje en uno de los lemas de su obra- es difícil ir muy lejos en él. Uno de los caminos es el que ha elegido el narrador catalán: el de la estética; realzar la materia por la vía de lo sensorial, de la belleza plástica. Algo así como lo que hizo Góngora con los mitos clásicos. Estamos ante un manierismo de lo caballeresco, por así decir.


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21 julio 2012

Anaconda (y III)

La vida de todos estos hombres, la pusieran o no por escrito, es de por sí una gran novela, siendo sus obras variaciones sobre ella. Así, Tuareg, Manaos, La iguana, Ébano y todas las demás constituyen, en su conjunto, una edición corregida y aumentada de Anaconda. El autor aplica simplemente la lupa a cada una de las regiones que visitó, inventa nombres y ofrece lo que parece simplemente una apasionante ficción, pero en la que bullen las circunstancias reales de la vida en aquellos parajes. De modo inverso, Anaconda es también una concentración de todas sus novelas, como el aleph borgiano en el universo de Vázquez-Figueroa. Se convierte así el libro en un vasto reportaje con dos actores, hombre y naturaleza, alternativamente víctimas y verdugos, ante el ojo de un autor-actor que oscila entre la perplejidad, la admiración, la rabia y la delectación. A veces me pareció una traducción literaria de una de mis películas favoritas, Baraka.

Los comentarios del autor vienen, por otra parte, a situar esta obra en el tema tradicional de "civilización o barbarie". Allá por donde pasa, Vázquez-Figueroa constata los males que la civilización, llevada por el hombre blanco, ha infligido al nativo. E incluso se diría que carga las tintas en este punto, llegando a culpar al europeo de casi todo. Sin negarle la razón en la mayor parte de los casos, hay que recordar al autor que el mito del buen salvaje hace tiempo que se reveló como una mentira, y que la bondad o la maldad no son patrimonio de las razas en su conjunto. Queda muy bien darse golpes colectivos de pecho, sin embargo. Y comprometen menos que los otros, los personales. ¡Qué vamos a hacerle! Es lo único que hace fruncir el ceño en una historia por lo demás subyugante, como lo es el mundo. "El mundo estaba ahí, y había que verlo", concluye el autor, en una invitación seductora.

Agosto 1996

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20 julio 2012

Anaconda (II)

No obstante, lo que me interesa comentar aquí es otra cosa. La dualidad entre el hombre activo y el contemplativo tiene entre nosotros tanta tradición que tendemos a imaginar al escritor como un ser sedentario, metido entre libros, en claro contraste con el hombre de acción, incapaz de pararse a meditar algo durante más de dos minutos. Sin embargo, los hechos nos obligan a arrinconar tal idea. El "intelectual puro" suele ser buen crítico, investigador, "hombre de letras". Pero los escritores salen de la experiencia, de la actividad. Cuanto más vive uno posee más materia prima para ser vertida en creación artística, pero también para pasar toda esa experiencia por el tamiz de la reflexión, eslabón intermedio del que proceden los mejores productos literarios. Alberto Vázquez-Figueroa ha vivido lo bastante intensamente como para que su propia experiencia se convierta en un apasionante libro de aventuras, y eso es Anaconda, la obra que me sugiere el presente comentario. El título alude al mote con que algunos de sus amigos designaban al autor, y que es de por sí suficientemente expresivo. A media lectura, no pude evitar que me viniera a la cabeza otra figura similar del panorama literario actual, Arturo Pérez-Reverte. Periodistas aventureros ambos, y convertidos después en novelistas. Hay en ellos el mismo entusiasmo por lo inhóspito y por la búsqueda de emociones fuertes. Hay también esa mezcla de repulsión y de complacencia al dar cuenta de las brutaliddes, los horrores, las condiciones adversas de vida que les ha sido dado contemplar, de cerca o de lejos. El mejor contador de historias es, sí, quien antes ha sido vividor de historias. El nombre de Jack London acude inmediatamente, pero ¿no están ahí también Jünger, D´Annunzio, Saint-Exupéry? Steinbeck o Dickens no fueron intelectuales, sino luchadores por la vida. La existencia de un detective quizá no sea tan apasionante como en las novelas, pero le convirtió a Hammett en el excelente escritor que fue. Las figuras de Jorge Manrique y Garcilaso están ahí y nos hacen ociosa la mención de Byron o Rimbaud. Pero, ¿para qué seguir añadiendo nombres, existiendo Cervantes? lo mejor de don Miguel no procede de sus lecturas, sino del contacto directo con la realidad. Pensemos en la distancia que separa a la Galatea o a sus convencionales poemillas clasicistas, hechos todos de letras puras, de las páginas cruciales del Quijote o del Coloquio de los perros, donde laten ilusiones y desengaños.


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18 julio 2012

Anaconda (I)

El tiempo dirá si Alberto Vázquez-Figueroa es un simple productor de best-sellers o un autor digno de figurar en las nóminas de los futuros manuales de historia literaria. El suyo es un caso que llama la atención por el inmenso desnivel entre el número de sus lectores (y, por tanto, de libros vendidos) y la atención (nula) que le dispensa la crítica. Me decidí a abordar por primera vez una obra suya cuando un amigo me citó Tuareg como "una de las dos mejores novelas españolas". Era un arranque poco meditado, sin duda, pero como el tal amigo, si bien no especialista en la materia, tampoco es sospechoso de superficialidad, me guardé de echar su recomendación en saco roto. ¿Resultado? He saboreado novelas con auténtica delectación, otras me han hecho meditar largo rato y las hay que relajan como una reñida partida de naipes. Pero no sé si alguna me ha llegado a clavar en el sillón con aquella sensación de vértigo, de ser llevado de emoción en emoción a un ritmo sorprendente, en lo más parecido a una montaña rusa que se puede encontrar en literatura. Otro amigo mío era de la opnión de que la literatura no es sino una historia bien contada. Si fuese así, sería cierto que Tuareg ocuparía aquel lugar de privilegio. Por supuesto, las cosas no son tan sencillas. Hay que concederle al autor una extrordinaria capacidad para inventar y contar historias, lo que no es poco. Pero, puestos a buscar carencias, las encontraríamos.

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16 julio 2012

Excelentísimo señor y amadísimo amigo:

En plan de amistad y por creer que pueden serle útiles, me atrevo a escribirle dándole algunas impresiones recibidas en el Congreso Internacional de los Jóvenes de Acción Católica que tuvo lugar en Roma y al que asistí presidiendo la delegación española y en mi visita "ad limina".


En el Congreso nos encontramos con la oposición manifiesta de varias naciones y con una maniobra dirigida a excluir a España del bureau internacional. Las naciones que más se distinguieron en ello fueron Francia, Bélgica e Inglaterra.


Tuvimos, por otra parte, el apoyo incondicional y entusiasta de casi todas las Repúblicas sudamericanas. Gracias a ellas, España fue elegida y con una votación muy lucida por cierto, miembro del bureau.


Lo que más daño me hizo de esta oposición fue que no se trataba exclusivamente de una cosa política, sino más bien de una cuestión doctrinal. No entienden nuestra posición católica, e incluso el Estado católico les parece contrario a la libertad y a la democracia, lo cual es más terrible en el aspecto religioso.


Pero tampoco será esto un secreto para V. que conoce las corrientes de muchos intelectuales católicos, particularmente en Francia. Por cierto que el Papa en el discurso que pronunció en la audiencia concedida a los miembros del Congreso hizo una alusión a esta desviación, condenándola.


Pero quería hablarle particularmente de la impresión que saqué en los círculos del Vaticano con respecto a nosotros.


A primera vista mi impresión fue pesimista. Por lo que me dijeron en las Embajadas y en el Colegio Español y por el recelo que yo noté en mis primeras visitas, llegué a creer que tampoco entendían nuestra posición y que también nos miraban con recelo.


Me dediqué por ello a hacer visitas -hice todas las que pude- hablando con sinceridad de nuestras cosas en incluso en la audiencia privada con el Papa, al darle cuenta de las cosas de mi Diócesis, aproveché para hablarle incluso de la votación del referéndum [de julio de 1947, sobre la Ley de Sucesión] en la zona industrial de mi Diócesis.


La consecuencia que he sacado es la siguiente: en el Vaticano se conoce lo que se hace en España y se aprecia; el Papa llegó  a afirmar que en las actuales circunstancias del mundo, su consuelo está en España; pero temen por la continuidad de ese estado de cosas. Recelan que esto pueda perderse todo y que la actual situación pueda desembocar en una revolución, si le pasase algo al Caudillo y por eso quisieran que en vida de este se diese mayor estabilidad al Estado para evitar este peligro. Y claro, esta posición ya es más razonable y se comprende fácilmente.


Dispénseme si me he metido en cosas que no son de mi incumbencia. Lo he hecho en plan de amistad; V. puede echar la carta al cesto de los papeles si la juzga improcedente y darla por no leída.


Lo bendice con todo afecto su s.s. y amigo


Vicente [Enrique y Tarancón], Obispo de Solsona.

[A Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, 17 de septiembre de 1947]

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14 julio 2012

Reaccionarios


En la fauna intelectual del siglo XX existe una curiosa especie que es el reaccionario no tradicionalista, también conocido como anarca, por su individualismo a ultranza sin nada que ver con el anarquista militante. He aquí cómo lo define Ángel Ganivet a propósito de Ibsen.


... es un defensor exaltado del individuo frente a la sociedad, y por este lado se aproxima a las soluciones del anarquismo; luego, por no someter la acción del individuo a ninguna cortapisa, cae en las mayores exageraciones autoritarias. 


Nosotros los españoles no comprendemos bien este novísimo movimiento reaccionario, porque en España quedan aún muchos reaccionarios a la antigua que no han querido pasar por el arquillo de las conquistas democráticas; así, cuando alguien habla de reacción, es inscrito ipso facto en las filas del tradicionalismo, aunque predique la reacción en nombre del progreso. Porque lo original en las filas de los reaccionarios como Ibsen es que no se apoyan en las tradiciones ni en los privilegios, antes los desprecian; se apoyan en el fuero individual, en el derecho absoluto del individuo a luchar contra la sociedad y aun a destruirla para mejorarla. Para reformar la sociedad hay que reformar al individuo, y a este sólo se le reforma dejándole que luche sin consideración a los daños que pueda producir a los individuos menos aptos para el combate. En una palabra, "la fuerza es superior al derecho", que dijo y practicó Bismarck con excelente resultado.


En Cartas finlandesas/ Hombres del norte

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12 julio 2012

Aquellas manos blancas

(Lo que dije en julio del 2007 sigue de actualidad)


¿No fueron ellas las que iniciaron la rendición? En estos días de memoria y homenaje, una comentarista radiofónica ha dicho que, cuando los españoles salieron a la calle tras la atrocidad cometida con Miguel Ángel (así, ya, sin apellido, para tantos), le devolvimos a ETA el miedo que ella había sembrado. Sin embargo, ¿qué es lo que pudo ver ETA? No hablo, claro, de la admirable actitud del Foro de Ermua, de la propia familia de Miguel Ángel y del Partido Popular vasco. Me refiero al símbolo que se eligió por las masas para expresar la protesta y que como todo símbolo emite un mensaje, o no es tal. Esa ocurrencia de alzar al viento unas manos pringadas de blanco. Eso es lo que vio ETA. Pero (lo que es peor) lo vio también el GAL. Y tomó buena nota.

La auténtica rendición no es la que ha llevado a cabo el gobierno socialista en su entente con la banda. Ahí estamos hablando de complicidad, de manejos inconfesables de un partido trasmutado en mafia que tan pronto remeda los numeritos sangrientos de El Padrino como dramatiza acuerdos de paz de esos en que acaba saliendo de la tarta un tío con metralleta. Para que esos acuerdos tengan un mínimo de respaldo social, hace falta una sociedad que haya abdicado de toda bandera salvo de la del estómago. Las manos blancas no decían Viva España ni muerte a la ETA; si acaso, dejadnos en paz, por favor, que nosotros no os mataremos. Los ansiosos de paz que diría luego Zapatero, vaya. Un entreguismo que nada tiene que oponer a la violencia socialista (tal se definen ellos, que conste), un pueblo alimentado espiritualmente con John Lennon era el mejor caldo de cultivo para ir diseñando el régimen del 13 de marzo. No, la rendición no ha empezado ahora.


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Laicidad

...el poder y la autoridad para castigar a los gobernantes negligentes o que actúen indebidamente, con la imposición de una pena sobre sus bienes o su persona, pertenece sólo al legislador humano, como se demostró en los capítulos... Y digo, además, que si tal castigo a los gobernantes fuera propio de alguna parte u oficio particular de la ciudad, no correspondería, de ninguna manera, a los sacerdotes, sino a los hombres sabios o ilustrados e incluso, mejor aún, a los herreros o a los peleteros y demás artesanos. En efecto, a estos no les está prohibido por la razón o por la ley humana, ni por la sagrada escritura, por consejo o por precepto, implicarse en actos civiles o de este mundo. Pero a los obispos y a los sacerdotes, sí, como hemos indicado antes con las palabras del Apóstol. Digo, no obstante, que puede pertenecer al oficio de los sacerdotes implicarse en tales asuntos "por la exhortación, la argumentación y la reprensión, con toda paciencia y doctrina", pero de ninguna manera, según el Apóstol, por la fuerza.  Por eso Ambrosio, en Sobre la cesión de las basílicas, habla así al emperador Constantino: "Podré afligirme, podré gemir, podré llorar; contra los soldados y contra los godos, mis armas son mis lágrimas: estas son, en efecto, las municiones de los sacerdotes; pues no puedo ni debo resistir de otra manera"

Marsilio de Padua (1275/80-1343), Defensor minor


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09 julio 2012

La mentira no se propone, se impone.

El 16 de febrero no dejéis votar a las beatas ni a las monjas; cuando veáis a alguien que lleve en la mano una candidatura de derechas, cortadle la mano y rompédsela en las narices y se la hacéis comer.

Lorenzo Carbonell, alcalde de Alicante en 1936, según José Javier Esparza, El libro negro de Carrillo

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07 julio 2012

Emperador y Galileo

El drama de Juliano el Apóstata nos resulta diáfano a los que vivimos en este siglo XXI, en que nos encontramos a Juliano a la vuelta de cada esquina. Coquetea con los ritos paganos; toma buena nota de las infidelidades de los otros cristianos; es, si no escrupuloso, sí lo que en mi casa llamamos complicado; deja crecer en su alma el resentimiento y el afán de gloria, aunque sin reconocerlo. La muerte de su esposa le deja a la intemperie. Cuando se presenta la ocasión, se hace proclamar emperador con malas artes, manejando a la masa como un Marco Antonio shakespeariano. Y es entonces cuando cree llegado el momento de liberarse de Cristo, con argumentos que nos suenan: Cristo coarta la libertad, es enemigo de la vida y del placer, sus seguidores son tristes, sus ministros sólo piensan en el lujo y el dinero.

Ya emperador y apóstata, proclama su intención de respetar todas las creencias. Pero pronto incumple tan generoso propósito, y lo vemos entregarse a la represión de los galileos que osan ir más allá de lo que tolera la imperial voluntad. Por eso, creo que el tema de esta obra, más que "la incompatibilidad entre el cumplimiento del mensaje cristiano y el mundo del poder", como dice el prologuista, es la dificultad de no ser Dios cuando se tiene el poder. "Dad al césar..." es la frase de Jesús que obsesiona a Juliano, pues piensa que está dirigida a quitar poder al emperador (curiosamente será uno de sus capitanes, Joviano, quien entenderá la frase en su sentido recto, lanzándose a combatir ardorosamente por su emperador a pesar de ser personalmente cristiano). Y no deja de causar estupor el modo como El País encabezaba la reseña firmada por Fernando Savater: "Un emperador que prefería refutar a reprimir". Tal parece uno de la corte de aduladores que lo rodeaban.


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05 julio 2012

El apóstata

MACRINA.-¿Cómo te excitas tanto, señor, contra uno que das por muerto? 
JULIANO.-¡Ah! Ya entiendo. Con eso quieres decir que está vivo. 
MACRINA.-Quiero decir con eso que tú, poderoso señor, sientes en tu corazón que siempre vive.
JULIANO.-¿Yo? ¡Cómo! ¿Que yo siento...?
 MACRINA.-¿Qué es lo que odias y persigues? No es Él, sino tu fe en Él. ¿O acaso no vive en tu odio y en tu persecución como vive en nuestro amor? 


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01 julio 2012

Choice

Me pregunto cuántos medios de comunicación pro-aborto llaman a los pro-vida por este nombre. Sin embargo, algunas publicaciones cristianas se refieren a aquellos por su burdo eufemismo, pro-choice. Burdo porque sólo un desequilibrado podría ser anti-choice, es decir, contrario al ejercicio del libre albedrío, de la elección. Y eufemismo porque lo que les importa no es el verbo (transitivo y, por tanto, poco cargado de significación en sí mismo) sino el objeto, el aborto.

Hablar el lenguaje del enemigo es haber comenzado a perder.

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