29 septiembre 2008

Polémicas


Hay películas (libros...) que se conciben y nacen con polémica incorporada, como si fuera la banda sonora. Y aquí no vale el principio de que dos no riñen si uno no quiere, porque los medios, siempre cómplices en su avidez, irán a buscar a su propia casa a la otra parte y obtendrán un mínimo, una modesta declaración, una mueca de disgusto, que ellos se encargan de abultar hasta conseguir la polémica requerida. Ni que decir tiene que cuando la otra parte se encocora y hace ruido, no consigue sino engrosar el bolsillo del tunante.

Es un modo fácil de lograr publicidad sin talento. Lógicamente, si todos hicieran lo mismo, el efecto se anularía. Por eso el método ha de aplicarse de modo esporádico, y son los menos escrupulosos los que aprovechan la ocasión. Estos no merecen sino el boicot, un boicot elocuente en su silencio. Pero para eso se requiere, ay, un público maduro. Su escasez, y no sólo en España, es hoy por hoy la gran baza de los tramposos.

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27 septiembre 2008

Ora pro eis




Lo que no cabe en sus estrechas cabezas creen que no puede existir.

(J. A. Primo de Rivera, "La hora de los enanos")

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26 septiembre 2008

Ideologías


Al comienzo de Alemania, año cero, Roberto Rossellini dice algo así como: “Cuando las ideologías se alejan de la moral y la piedad cristiana, resultan destructivas y contaminan incluso a la infancia…” La parrafada sigue y de alguna manera te pisa la película, explicándotela. Es una tentación en la que es fácil caer, tanto por parte de cineastas como de literatos. Supongo que es explicable cuando la tragedia está aún reciente, como es el caso de esta cinta de 1947. Y la verdad es que, al terminar la película, corrí a buscar de nuevo la cita, como si fuese una moraleja (que lo es).

Me llamó la atención que Rossellini atribuyera a la ideología (o sea, al nacionalsocialismo) la ruina de Alemania, lo que podría hacer las delicias de Bush. Pero lo esencial de esta película es la destrucción, no de Alemania, sino del niño Edmund, cuya desesperación final es inducida, y uno se teme que no sólo por su depravado maestro, sino por una ideología de radio más amplio que el propio nacionalsocialismo, sólo una anécdota al fin y al cabo. Para que sobrevivan los fuertes hay que sacrificar a los débiles… Llámese a éstos no nacidos o ancianos y veremos hasta qué punto Hitler ha triunfado, por encima del sacrificio de su bonito reich.

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25 septiembre 2008

Obras completas (y otros cuentos)


Monterroso es el hombre que ha conseguido hacer de la intrascendencia virtud, literatura del pensamiento débil, o como se llame ese pensar pero no mucho que dicen que está de moda. Monterroso juguetea con su lector de todos los modos posibles, "se queda" contigo, como diría un castizo de ahora, con esas historias que no llegan a ser tales, con esos personajes que sólo son serios para sí mismos, K de Kafka visto a través del cristal de Molière. No sé qué extraña fascinación tienen los relatos truncados: todos sabemos del encanto del romance del prisionero o el del conde Arnaldos, justamente por quedarnos sin saber quién era ese marinero, quién sufría en aquella prisión. Lo mismo pasa con estos cuentos de Monterroso: romances para un tiempo sin héroes, épica de unas existencias tontas, más tontas aún porque se creen valiosas. Y es el autor quien hace aquí de Forrest Gump y nos recuerda que "a veces hacemos cosas que no tienen sentido". Con todo, de vez en cuando aparecen viejos fantasmas, dinosaurios que se resisten a irse, como sombra permanente de lo que fuimos. No se respeta el autor ni a sí mismo, pues el oficio de narrador queda ridiculizado sin piedad en "Leopoldo y sus trabajos", para mi gusto uno de los mejores relatos del volumen, con el protagonista obcecado en su afán de escribir algo que le supera ampliamente, como aparece demostrado en esas fenomenales parodias del estilo pedestre.

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Nota redactada en marzo de 1999

23 septiembre 2008

Hastíos


Se queja Javier Cercas de la insistencia de Solzhenitsin en sus denuncias del totalitarismo soviético y sus métodos represivos. Desconfía de los "exaltados" y ya empieza a estar un poco harto de los totalitarismos del siglo XX.

No deja de tener razón en cierto modo: quien sólo sabe rumiar el mal que le han hecho no es un tipo muy de fiar. Pero creo que Archipiélago Gulag fue un libro necesario, en un momento en que la intelectualidad de Occidente estaba volcada en masa con el socialismo, ciegos para todo lo que supuso este régimen en media Europa y más allá.

Por otro lado, todavía no he oído ningún gesto de hastío hacia las denuncias del Holocausto y el nazismo, que, estas sí, han alcanzado el nivel de la náusea hace ya tiempo, cruzando sin rubor los límites de la cursilería más empalagosa, con los pijamas y demás. Por lo que respecta al comunismo, prácticamente, acabamos de empezar. Cuando llevemos cincuenta años de denuncias, no dudaré en mostrar a mi vez mi hastío.

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22 septiembre 2008

Segunda parte de Lazarillo de Tormes

"De las crónicas antiguas de Toledo" dice haber sacado este Juan de Luna los materiales para su segunda parte. Como suele suceder en estos casos, el autor ha seleccionado de la obra original los aspectos más llamativos y comerciales y los ha exprimido hasta el aburrimiento. Esta es la razón de que las segundas partes no suelan ser buenas. La novela negra de nuestros días no consiste sino en un jugueteo monótono con lo sangriento y lo sexual, que estaban presentes de modo, digamos, colateral en la obra de los maestros (Hammett, Chandler) pero que el público más adocenado disfrutaba por encima de otros valores. Algo parecido sucedió con la picaresca: lo que en el Lazarillo y en el Guzmán de Alfarache tenía su sitio al servicio de una estructura mucho más rica, a saber, la sal gorda anticlerical y la broma escatológica (marrón, para entendernos) se sale de madre en las imitaciones hasta adquirir un protagonismo que el gran público debió de acoger complacido. En este sentido, la segunda parte del Lazarillo luce junto al anónimo original como una casamata junto a una catedral gótica, y desmerece su publicación conjunta por parte de la editorial Juventud, pues al no iniciado puede inducírsele a pensar que estamos ante la continuación natural de una obra inacabada, cuando lo cierto es que el anónimo Lazarillo de Tormes es, a pesar de las palabras finales, un ejemplo típico de "novela cerrada" y circular, que se explica a sí misma y repudia continuaciones.


Nota redactada en marzo del 2001.

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20 septiembre 2008

Anita Bryant


Navegando por ahí descubrí a esta cantante country a la que no conocía de nada, y me extraña: excelente presencia, magnífica voz, casada con un pez gordo del bisnis discográfico, lo tenía todo. Debió de ser conocida en los USA en los 50 y 60. Pero jamás vi un corte suyo en un recopilatorio, ni una mención en libros o artículos...


Me cayó mejor aún cuando me enteré de que fue una gran activista antigay. Una vez, durante un discurso, uno de esos chicos le estampó un pastel en la cara (un gesto muy propio del colectivo, todo hay que decirlo). Al parecer, la Bryant, sin perder los nervios, comentó: "Tenía que ser un pastel de fruta" (por lo visto, fruta es una manera de decir "marica" por allá).


Pero vamos, no creo que eso tenga que ver con el hecho de que no suene ya su nombre. No.

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19 septiembre 2008

La historia de Leo Taxil

aterroriza. Acabo de leerla en el último número de Razón española, por José Antonio Ullate, y uno se pasma ante semejante frialdad en el mal (también se puede encontrar aquí y aquí). Brevemente: pornógrafo y libelista de fines del XIX que en un momento dado finge una conversión al catolicismo y, como genial burla, no sólo escribe panfletos antimasónicos repletos de disparates que fueron creídos a pie juntillas, sino que se inventa una pecadora satanista que llega a "convertirse" después de obtener las oraciones de, incluso, Santa Teresita. Él mismo descubrió la farsa en una sonada conferencia.

La lección que se puede extraer de todo ello, me parece, es que nadie resulta más ridículo que el cristiano cuando se dedica a buscar culpables en lugar de practicar la caridad. Taxil sabía que la gente se cree lo que quiere creerse, sobre todo de sus enemigos, y que cualquier enormidad sobre los masones encontraría eco en aquella catolicidad (en honor a la verdad, hay que decir que no todos tragaron). Si la historia es maestra, sólo cabe preguntarse si acaso hay taxiles hoy y con quién están jugando. En todo caso, la honradez intelectual es la mejor arma para no volver a hacer el canelo.

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18 septiembre 2008

¿23-F?

... No hay mejor forma de controlar un acontecimiento que coadyuvar a su materialización.

Fráter León, en El dolor, de José Javier Esparza

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16 septiembre 2008

Lo eterno sin disimulo


Este volumen constituye una recopilación de escritos, entre ellos algunas cartas que C. S. Lewis cruzó con diversos oponentes. Pero son esas cartas lo menos atractivo, aunque sirvan para confirmar las dotes de polemista de nuestro autor. Lo que más destaca es, creo, el artículo "Por qué no soy pacifista", inicialmente una conferencia. El razonamiento es de un rigor intachable, y también los ejemplos traídos de la Escritura. El tema es actual, porque el pacifismo ha venido a sembrar confusión ente los cristianos, sobre todo desde que en las parroquias se cultiva un humanismo almibarado con grandes apelaciones a la fraternidad y a la solidaridad, pero sin un sólido fundamento doctrinal. Si de la filosofía de Aristóteles pudo decirse que era "el sentido común codificado", algo similar puede decirse ante la apologética de C. S. Lewis: el sentido común razonado, en este caso.


Si no sabes traducir tus argumentos al lenguaje de la gente corriente, viene a decir Lewis, es que no tienes muy claras tus propias ideas. Es lo mismo que decía Pedro Salinas acerca de las dificultades de expresar cualquier cosa: lo dicho oscuramente es lo pensado oscuramente. Y, para facilitar la tarea, Lewis nos ofrece, en otro de los momentos más interesantes del libro, un breve elenco de voces que han cambiado de significado en la mente del ciudadano común. La mayoría de los ejemplos valen también para un español del 2001.


Nota redactada en julio del 2001.

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15 septiembre 2008

Siniestras comadronas

Jesús Cueva, al que no conozco de nada, dedicó este poema a los abortadores profesionales. Literariamente no es muy allá y quizá peque de celo amargo, pero conviene recordar que estos sicarios son el agente sine qua non para que la estadística macabra se engrose cada día. Decía mi padre que el que mata es peor que el que manda matar, porque éste al menos tiene un motivo. Lo cual es perfectamente aplicable a las “áspides fértiles” y a las “siniestras comadronas”.


Necrófagos,
furtivos,
herodes que extraéis los cuerpos diminutos
que crecen en los úteros de las áspides fértiles, de las arpías fecundas;
qué ominosa osadía,
qué atroz retorcimiento,
qué puñado de plata os incita a matar,
a asesinar a un hombre en su principio, en su cálido origen,
en su sagrado aposento originario,
decídmelo,
oh, sí, decídmelo, decídmelo,
hidras tentaculares, horripilantes hienas, monstruos inverosímiles;
qué ímpetu inhumano os conduce a extirpar una concepción única, una preñez distinta (porque todas lo son);
qué craso atrevimiento, qué excusas aconsejan extinguir
el misterio de una vida que surge,
el misterio de un cuerpo delicado y flexible,
el misterio de un alma, de un corazón novísimo.

¡Madres abyectas, áspides, arpías,
ojalá que algún día caigan sobre vosotras
los hijos que entregasteis a los verdugos blancos!
¡Médicos crudelísimos, siniestras comadronas,
ojalá que la muerte abuse de vosotros!

Madrid, Babel. Rialp (col. Adonais), 1989. El título es mío.

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12 septiembre 2008

La mayoría de las novelas de tema medieval

que expenden en las librerías se empeñan en ver los siglos medios por el canuto de la corrección política. Dijérase que la Edad Media no fue sino la negación de la tolerancia, del laicismo, de la igualdad de género... Y esto hasta extremos realmente chuscos. Por ejemplo, en El sanador de caballos, de Gonzalo Giner, la hermana del califa se pone:
-En nuestra cultura nos está vedado (a las mujeres) cualquier camino que no sea el del matrimonio...

Que es algo así como imaginar que el Cid dijese: "¡cómo me gustaría hablar con Jimena! ¿Qué pena que en el siglo X no se haya inventado la telefonía movil!" No sé si me explico.

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11 septiembre 2008

La paz dura quince días


No importa, porque Rafael García Serrano era un enamorado de la guerra. Lo que no tiene por qué ser un desdoro, claro. Estamos ante una novela abierta, muy abierta, cuya peripecia consiste únicamente en el matrimonio de un oficial y su imposible luna de miel en el ambiente de la guerra civil. Es posible que el autor haya retomado a estos personajes en producciones posteriores, no sé. Es una novela más bien "de ambiente". Y describiendo ese ambiente es donde García Serrano se encuentra en su salsa. Cuenta lo que le gusta contar, como el abuelito de las batallas, y lo hace, a fe mía, con un arte excepcional. Al primer párrafo te quitas el sombrero y conforme avanza el capítulo rompes en alabanzas y acabas postrándote en adoración. Todo el volumen mantiene el nivel, pero ese primer capítulo es un alarde, de los que a mí me gustan, un arranque fulgurante.

Por otro lado, quizá haya que destacar que los hombres y mujeres que pueblan esta narración son "aproblemáticos", que diría un pedante. No tienen más problemas personales que los que la vida plantea, que ya es bastante. Y esos los encaran con la naturalidad y la fortaleza, sin exhibiciones, de los que ganaron la guerra del 36. El autor los trata con admiración recatada, y a los secundarios con una pizca de humor. Algo hay en unos y en otros de los galanes y los graciosos de Lope de Vega, quitada toda pompa.

Nota redactada en junio de 2005

Otras referencias a Rafael García Serrano:

La gran esperanza
Eugenio o proclamación de la primavera
Plaza del Castillo

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10 septiembre 2008

Hablando con alguien sobre "El niño con el pijama de rayas",


saqué a relucir la frase aquella de que “con buenos sentimientos no se hace literatura”. No sé quién lo dijo. Según mi interlocutor fue Francisco Umbral, pero no estoy seguro. En todo caso, hace poco, para mi sorpresa, me he topado con una formulación aún más cruda de la misma idea, a cargo de Flannery O´Connor. “Un corazón de oro es un estorbo para la creación literaria”, dice la narradora de Georgia. He aquí el párrafo completo:

Me gustaría que, en el futuro, los católicos tuviesen una literatura propia. Quiero que tengan una literatura que sea innegablemente suya, pero que nuestros demás compatriotas puedan comprender y apreciar. Una literatura para nosotros solos es una contradicción en los términos. ¿Y por qué no llamamos simplemente cristiana a esta literatura?, me preguntaréis. Pues porque, desgraciadamente, este término ha dejado de ser fiable. Ha terminado designando a cualquiera que tenga un corazón de oro. Y un corazón de oro es un estorbo para la creación literaria.

(“El novelista católico en el sur protestante”, en Misterio y maneras).

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08 septiembre 2008

Garzón y el Gran Vampiro


Esto de Garzón con las fosas franquistas me recuerda una historieta del Jabato, donde, como siempre, un grupo de caciques explotaba a los aldeanos, esta vez mediante el procedimiento de hacerse pasar por vampiros y crear una especie de dios, el Gran Vampiro (en realidad, como siempre, un muñeco). Cuando los malos necesitaban esclavos para trabajar en la mina, hacía su teatral aparición el Gran Vampiro solicitando víctimas.

Periódicamente, los socialistas necesitan sacar a pasear al Gran Vampiro, o sea al franquismo, el franquismo virtual que han inventado, claro. Viven de él. El juez estrella por antonomasia sabe que su iniciativa es inviable, pero lo que busca no son resultados judiciales, sino agitar el espantajo. Nadie va a ser condenado por aquellos sucesos, pero en la opinión pública va sedimentando la ecuación franquismo = genocidio, o República = víctimas. Es la propaganda (... estúpidos). La mano que mece la cuna, vamos.

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07 septiembre 2008

Por fin sabemos para qué sirve el ministerio de igualdad.


E abortados son iguales (los hijos de) los que viven por sus manos e los ricos...

05 septiembre 2008

Diario (de Ana Frank)


La lectura de este diario despeja dudas sobre su autenticidad. La sencillez conseguida por Ana Frank es admirable, pero sería aún mas admirable haberla inventado. Estaríamos ante el mayor escritor del siglo, y hubiera sido de desear que nos deleitara con más obras.

En realidad, si por algo vale este diario, es por la naturalidad con que se franquea su autora. Y su impacto en tantas almas, no lo dudo, proviene de que acusamos la injusticia que supone haber abortado semejante empuje vital. Esas ansias de vivir que Ana Frank declara con sencillez que desarma es lo que más lamentamos haber perdido, por encima de su talento como escritora. Más aún cuando sabemos que se cortaron por un capricho, por un antojo asesino de los hombres.

El proceso de su enamoramiento, por ejemplo, suena tan auténtico que no encaja en una falsificación. Juan Valera consiguió un verdadero primor al relatar el del protagonista de Pepita Jiménez. Pero hay algo ahí que delata su literariedad. Aquí, no.

Sus propias ideas sobre la humanidad, dejadas caer sin un orden premeditado, están también adornadas de la misma sencillez al par que de un sentido común aplastante, difícil de encontrar hoy entre los adolescentes. Me gustaría gritar a los pacifistas de hoy que "no creeré nunca que los responsables de la guerra son únicamente los poderosos, los gobernantes y los capitalistas. No, el hombre de la calle está también contento con la guerra... Los hombres nacen con el instinto de destrucción, de masacrar, de asesinar y de devorar".


Nota redactada en diciembre de 2002.

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04 septiembre 2008

Coen, os odio mucho.

Y no porque no me hagáis pasar buenos ratos. Pero, jolín, te sientas a ver No es país para viejos y piensas todo el rato que estamos jugando a policías y ladrones, y hete aquí que a falta de diez minutos resulta que jugábamos al sentido de la vida y tal. No vale.


Y sí, no sé si será para un óscar, pero el Bardem está mucho mejor cuando actúa que cuando aúlla en manada. Me descubrí al día siguiente imitando sus ademanes.

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01 septiembre 2008

"Confieso que he leído": Urbina, in pace.

Lástima que la vida del hombre sea tan breve. Si diera tiempo, daría también ganas de leer todo, todo, y hacer un manual de Literatura (o un libro que no sea manual) fruto de lecturas verdaderas, reposadas, personales... Tal vez un equipo de hombres y mujeres honrados pudiera hacerlo. No lo sé. Haría falta también un Banco honrado, un respaldo económico generoso y amante de la cultura y de la verdad y de la belleza.

Cuando, a finales de julio, Ignacio Peyró publicó su panegírico de Pedro Antonio Urbina, le comenté: "¡qué susto!, pensé que era una necrológica". No lo era, pero la muerte debía de presentirse cercana, porque, en efecto, PAU (como sus allegados le conocían) murió el último día de ese mes.

Llega un momento, feliz, liberador, en que uno puede decir con toda paz que La Comedia de Petrarca es una castaña. Monumental, pero castaña... Llega el momento liberador en el que uno advierte que el cacareado Antonio Machado y su "sabiduría" filosófica, como la de don Pío en El árbol de la ciencia, es incluso inferior a un mal manual, que ni como pose se sostiene...

No he tenido la suerte de leer lo mejor de su obra de creación. Pero sus artículos de crítica, literaria o cinematográfica, resultaban encantadores. Ayer cayó en mis manos, como involuntario homenaje, la breve delicia de la que proceden estos párrafos, incluida en un volumen colectivo titulado Breve diagnóstico de la cultura española y uno de cuyos epígrafes reza "Confieso que he leído", lo que hoy suena casi a epitafio.

... he leído... a Francisco Ayala como quien lee a un clásico, no sé si mayor o menor, pero su lectura me despierta (como el vaho del eucaliptus) ese clima natural y cierto de lo clásico. También Rosa Chacel... Requiem por un campesino español es una pequeña obra maestra muerta. Muerta porque la activa el odio. Es algo así como si un cantante dedicara a su amada una canción que la define ofensivamente. Disgusta escuchar su buena voz, que se ensombrece por la rabia y el despecho... Nada, de Carmen Laforet, me impresionó vivísimamente cuando la leí poco desúés de su aparición. Pienso que, sin decirlo, me indicó el camino del escritor: hablar de lo que se sabe y se ha vivido, y hacerlo vida.

Uno puede compartir o no estos juicios, y de hecho a PAU le disgustaría que los aceptásemos sin crítica porque vienen de él. Pero nos enseñan lo que debe ser un lector independiente y sin prejuicios. Hay pocos, y encima se mueren, dita sea.

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