19 septiembre 2008

La historia de Leo Taxil

aterroriza. Acabo de leerla en el último número de Razón española, por José Antonio Ullate, y uno se pasma ante semejante frialdad en el mal (también se puede encontrar aquí y aquí). Brevemente: pornógrafo y libelista de fines del XIX que en un momento dado finge una conversión al catolicismo y, como genial burla, no sólo escribe panfletos antimasónicos repletos de disparates que fueron creídos a pie juntillas, sino que se inventa una pecadora satanista que llega a "convertirse" después de obtener las oraciones de, incluso, Santa Teresita. Él mismo descubrió la farsa en una sonada conferencia.

La lección que se puede extraer de todo ello, me parece, es que nadie resulta más ridículo que el cristiano cuando se dedica a buscar culpables en lugar de practicar la caridad. Taxil sabía que la gente se cree lo que quiere creerse, sobre todo de sus enemigos, y que cualquier enormidad sobre los masones encontraría eco en aquella catolicidad (en honor a la verdad, hay que decir que no todos tragaron). Si la historia es maestra, sólo cabe preguntarse si acaso hay taxiles hoy y con quién están jugando. En todo caso, la honradez intelectual es la mejor arma para no volver a hacer el canelo.

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