15 septiembre 2008

Siniestras comadronas

Jesús Cueva, al que no conozco de nada, dedicó este poema a los abortadores profesionales. Literariamente no es muy allá y quizá peque de celo amargo, pero conviene recordar que estos sicarios son el agente sine qua non para que la estadística macabra se engrose cada día. Decía mi padre que el que mata es peor que el que manda matar, porque éste al menos tiene un motivo. Lo cual es perfectamente aplicable a las “áspides fértiles” y a las “siniestras comadronas”.


Necrófagos,
furtivos,
herodes que extraéis los cuerpos diminutos
que crecen en los úteros de las áspides fértiles, de las arpías fecundas;
qué ominosa osadía,
qué atroz retorcimiento,
qué puñado de plata os incita a matar,
a asesinar a un hombre en su principio, en su cálido origen,
en su sagrado aposento originario,
decídmelo,
oh, sí, decídmelo, decídmelo,
hidras tentaculares, horripilantes hienas, monstruos inverosímiles;
qué ímpetu inhumano os conduce a extirpar una concepción única, una preñez distinta (porque todas lo son);
qué craso atrevimiento, qué excusas aconsejan extinguir
el misterio de una vida que surge,
el misterio de un cuerpo delicado y flexible,
el misterio de un alma, de un corazón novísimo.

¡Madres abyectas, áspides, arpías,
ojalá que algún día caigan sobre vosotras
los hijos que entregasteis a los verdugos blancos!
¡Médicos crudelísimos, siniestras comadronas,
ojalá que la muerte abuse de vosotros!

Madrid, Babel. Rialp (col. Adonais), 1989. El título es mío.

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