05 septiembre 2008

Diario (de Ana Frank)


La lectura de este diario despeja dudas sobre su autenticidad. La sencillez conseguida por Ana Frank es admirable, pero sería aún mas admirable haberla inventado. Estaríamos ante el mayor escritor del siglo, y hubiera sido de desear que nos deleitara con más obras.

En realidad, si por algo vale este diario, es por la naturalidad con que se franquea su autora. Y su impacto en tantas almas, no lo dudo, proviene de que acusamos la injusticia que supone haber abortado semejante empuje vital. Esas ansias de vivir que Ana Frank declara con sencillez que desarma es lo que más lamentamos haber perdido, por encima de su talento como escritora. Más aún cuando sabemos que se cortaron por un capricho, por un antojo asesino de los hombres.

El proceso de su enamoramiento, por ejemplo, suena tan auténtico que no encaja en una falsificación. Juan Valera consiguió un verdadero primor al relatar el del protagonista de Pepita Jiménez. Pero hay algo ahí que delata su literariedad. Aquí, no.

Sus propias ideas sobre la humanidad, dejadas caer sin un orden premeditado, están también adornadas de la misma sencillez al par que de un sentido común aplastante, difícil de encontrar hoy entre los adolescentes. Me gustaría gritar a los pacifistas de hoy que "no creeré nunca que los responsables de la guerra son únicamente los poderosos, los gobernantes y los capitalistas. No, el hombre de la calle está también contento con la guerra... Los hombres nacen con el instinto de destrucción, de masacrar, de asesinar y de devorar".


Nota redactada en diciembre de 2002.

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