Monterroso es el hombre que ha conseguido hacer de la intrascendencia virtud, literatura del pensamiento débil, o como se llame ese pensar pero no mucho que dicen que está de moda. Monterroso juguetea con su lector de todos los modos posibles, "se queda" contigo, como diría un castizo de ahora, con esas historias que no llegan a ser tales, con esos personajes que sólo son serios para sí mismos, K de Kafka visto a través del cristal de Molière. No sé qué extraña fascinación tienen los relatos truncados: todos sabemos del encanto del romance del prisionero o el del conde Arnaldos, justamente por quedarnos sin saber quién era ese marinero, quién sufría en aquella prisión. Lo mismo pasa con estos cuentos de Monterroso: romances para un tiempo sin héroes, épica de unas existencias tontas, más tontas aún porque se creen valiosas. Y es el autor quien hace aquí de Forrest Gump y nos recuerda que "a veces hacemos cosas que no tienen sentido". Con todo, de vez en cuando aparecen viejos fantasmas, dinosaurios que se resisten a irse, como sombra permanente de lo que fuimos. No se respeta el autor ni a sí mismo, pues el oficio de narrador queda ridiculizado sin piedad en "Leopoldo y sus trabajos", para mi gusto uno de los mejores relatos del volumen, con el protagonista obcecado en su afán de escribir algo que le supera ampliamente, como aparece demostrado en esas fenomenales parodias del estilo pedestre.
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Nota redactada en marzo de 1999