Debe de ser la madurez, y con ella el seny, pero encuentro un fuerte componente de disparate en esta especie de idilio guerrero. Sigue teniendo un gran atractivo esa primavera falangista que proclaman con ardor Eugenio y Rafael: hay un bonus odor de reconquista cantarina en todo el libro, y eso es un gran mérito. Pero a la vez amenaza cierta bravuconería que viene a emparentar con la visión negra del falangismo que alguna literatura ha difundido. Mezcla de disparate, barbarie e idealismo es, sí, este Eugenio, aunque, por fortuna, muy escorado hacia lo último.
De hecho, comparado con aquel espíritu, resulta muy ramplón el que respiran los autores de los prólogos: porque este libro, en la edición de Nueva República del 2003, va engordado con unos cuantos prólogos, varios del autor a las sucesivas ediciones, uno de los editores y uno del hijo del autor, periodista. Son estos últimos los que dejan que desear, enquistados en posiciones que tienen más de odio que de idealismo.
Garcilaso adquiere un nuevo look cuando se inserta en esta primavera. ¡Qué sueño, poder transmitir esas resonancias a los propios alumnos! Qué pena, pensar que para ellos, y por mi culpa, no pasará de ser un nombre tedioso, evocador de horribles sesiones de pupitre. Como Garcilaso, Eugenio se lanzó a la muerte aún joven, tras haber conocido el amor. La Falange hizo vivir a sus mejores militantes un sueño hermoso mientras duró, una especie de matrix sólo superada en su belleza por otras aventuras que además tienen la ventaja de ser reales.
Nota redactada en marzo del 2004.
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