Cuando llegué a España, a su capital, me encontré una España encendida en pródigos diálogos. Hasta las esquinas parían diálogos políticos, sociales, taurinos o de cualquier índole. Era una mísera España festejada en parturientos diálogos bajo la augusta cabeza de un rey llamado Alfonso XIII. Me hace gracia escuchar o leer ahora que los españoles necesitamos dialogar, conocer el diálogo, ejercitarnos en el diálogo. ¡Santo cielo! ¿Qué son entonces, los millones de tabernas, bares, casinos y campos de fútbol? ¿Qué son sino prósperas plataformas para el diálogo? Lo que necesitan los españoles no es dialogar, sino monologar, esto es: pensar. Bastan un par de tontos para montar un diálogo. En cambio, ningún tonto puede montar un monólogo, ninguno. Pero a la gente, claro está, le gusta opinar, que no es un acto inteligente, y comunicarle esa opinión a alguien mediante demócratas diálogos. ¿O es que podías haber pensado que los diálogos de Platón son realmente unos diálogos en algo más que en su forma expositiva?
Antonio Prieto, Prólogo a una muerte.
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