21 abril 2009

Es tentador referirse a Caín y Abel


a propósito de los dos hermanos protagonistas de Al este del Edén. El propio Steinbeck parecía sugerir algo así, con ese título que remite al exilio de Caín. Sin embargo, tras el visionado de la película (la novela aún no la conozco, a pesar de tenerla en casa desde que iba al colegio), creo que la semejanza bíblica más aplicable es la del hijo perdido y el hijo fiel; vamos, el hijo pródigo. Aron Trask no es, ni de broma, el justo Abel, y Cal (James Dean) no es un simple envidioso. Aron se parece más al hijo mayor de la parábola, orgulloso de ser el bueno, incapaz del menor gesto de comprensión hacia un Cal que sale rana sólo porque se siente a disgusto en aquella pureza helada. Cal está abierto al amor y al perdón. Es cruel cuando le revela a su hermano la identidad de su madre, pero al menos él ha salido al encuentro de Kate, mientras que Aron sencillamente se vuelve loco al descubrir aquella mancha infamante en la familia. Es curioso cómo los mejores artistas, al cargar contra el puritanismo, escoran hacia el catolicismo, tal vez sin ser conscientes.
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