Pocos días fueron tan intensos. El 11-M estuve en Madrid, pero no por los atentados: era la primera vez que me llamaban a la tele. En concreto a Popular TV, para hablar sobre educación, en nombre de mi sindicato, en el programa de Ramón Pi.
Pero la cita era por la tarde y lo primero que me encontré al llegar al instituto fue la noticia de los atentados, con el terrible crescendo de la cifra de muertos, hora a hora. Por supuesto, el editor del llorado opinadigital.com me tenía pedido, en la bandeja de entrada, un artículo sobre la masacre, que pergeñé a toda prisa titulándolo, con sarcasmo, "Ciento setenta enemigos de Euskadi", pues tal era el número de víctimas a aquella hora, y la etarra, la autoría que todos daban por cierta.
Terminada la jornada (que era corta, por fortuna) arreo para Madrid con el temor de encontrarme todo tipo de trabas. Pero la única aguardaba a las puertas de la COPE, en la figura de mi jefa sindical: muchacho, ya siento haberte hecho venir, pero como comprenderás, se ha aplazado la grabación del programa. En fin: un café, conjeturas por aquí, denuestos por allá, quedamos para abril, y de vuelta a casa. Las conjeturas continuaban en la radio, sobre todo a medida que cobraba fuerza la tesis islamista. Recuerdo a Jesús Cacho diciendo: no nos engañemos más; esto nos ha pasado por la guerra de Irak...
Alguna vez etiqueté a esos días: 11, horror; 12, confusión; 13, vileza; 14, oprobio. Y me dije que aquel horror era la piedra de toque para ver si el PSOE tocaba su propio techo de ruindad (en privado utilizaba otro término). No sólo lo tocó sino que lo rompió. El 15 fue uno de esos días en que deseé ser ciudadano neozelandés. Pero fue solamente el comienzo...