26 marzo 2009

De Carlos Semprún Maura

me gustaba que hubiera abjurado del comunismo, y que pusiera en su sitio a los santos laicos del exilio. Lo malo es que, como ateo, no dejó de ser un dogmático, y defendía el liberalismo como si fuese la palabra de Dios. Sus argumentos eran con frecuencia ad hominem, y era molesto oírle referirse a su hermano con el desdén, casi odio, con que lo hacía. Todo ello perjudicaba su credibilidad. Tampoco es que escribiera muy bien. Y vale, que queda feo criticar a un muerto. Requiescat in pace.

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Según cuenta don Angel David Martín, parece que los revolucionarios franceses no iban a la zaga en crueldad a los milicianos frentepopulistas. Creo que la Guerra de la Independencia fue, más que una cruzada, una revuelta patriótica. Pero sí es cierto que fueron los tradicionalistas y los liberales cristianos (Jovellanos, por ejemplo) quienes por lo general estuvieron contra el francés, mientras que con Napoleón se alinearon los jacobinos de la época (tal Marchena), convencidos de que el Gran Corso representaba el ideal revolucionario.

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Seneka nos trae un fragmento de Manuel García Morente acerca de la tradición. Esta, dice, no significa estancamiento ni hostilidad al progreso, sino fidelidad a un estilo acorde con la "esencia de la nacionalidad". El problema, me parece, es quién decide lo que sea esa esencia y hasta qué punto ese estilo no va a encorsetar la política en unas formas determinadas y a dejar fuera a otras igualmente legítimas. A día de hoy, y visto lo visto, creo que la única fidelidad, en política, hay que guardarla al bien común y a los derechos humanos.

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