11 marzo 2007

Segunda parte de Lazarillo de Tormes

“De las crónicas antiguas de Toledo” dice haber sacado este Juan de Luna los materiales para su segunda parte. Como suele suceder en estos casos, el autor ha seleccionado de la obra original los aspectos más llamativos y comerciales y los ha exprimido hasta el aburrimiento. Esta es la razón de que las segundas partes no suelan ser buenas. La novela negra de nuestros días no consiste sino en un jugueteo monótono con lo sangriento y lo sexual, que estaban presentes de modo, digamos, colateral en la obra de los maestros (Hammett, Chandler) pero que el público más adocenado disfrutaba por encima de otros valores. Algo parecido sucedió con la picaresca: lo que en el Lazarillo y en el Guzmán de Alfarache tenía su sitio al servicio de una estructura mucho más rica, a saber, la sal gorda anticlerical y la broma escatológica (marrón, pare entendernos) se sale de madre en las imitaciones hasta adquirir un protagonismo que el gran público debió de acoger complacido. En este sentido, la segunda parte del Lazarillo luce junto al anónimo original como una casamata junto a una catedral gótica, y desmerece su publicación conjunta por parte de la editorial Juventud, pues al no iniciado puede inducírsele a pensar que estamos ante la continuación natural de una obra inacabada, cuando lo cierto es que el anónimo Lazarillo de Tormes es, a pesar de las palabras finales, un ejemplo acabado de novela cerrada y circular, que se explica a sí misma y repudia continuaciones.


Nota redactada en marzo de 2001. Temo que no hay rastro de la edición a la que aludo, a pesar de internet.

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