ha llegado a ser hoy una especie de señal de identificación rebañega. Algo que hay que repetir regularmente para que nadie en el rebaño piense ni por un momento que te has salido de él, que te has lanzado al pensamiento libre. Un guiño cómplice que insinúa que tu mayoría de edad no se ha producido por vía intelectual sino testicular (por eso es doblemente repulsiva en las mujeres). Y, viceversa, en quien no la emplea, el hombre libre puede sentirse seguro de que ha encontrado un interlocutor gratificante, haga o no profesión de fe.
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