Cuando a poco de llegar a Buenos Aires se confirmó el vaticinio de mi tío con la caída de la monarquía en España, aquí no se alarmó nadie, al contrario, aquello le pareció a todo el mundo una gran fiesta general: yo lo miré con recelo. No me detengo a explicar por qué; lo intenté muchas veces, en la Facultad, en algunas de las casas que frecuentaba y la ola de anatema se alzó en seguida contra mi. Los atacados de escándalo vociferaban a mi alrededor, "¡Razones estéticas!..." No, no eran razones estéticas -con esto querían decir razones de color de rosa-, no eran ni siquiera razones. Era una íntima seguridad que sólo habría podido explicar diciendo: "Me da en la nariz que eso no funciona". Y así fue. Lo que al principio se desenvolvió como un acontecimiento feliz, al poco tiempo empezó a enturbiarse y a morir de consunción.
Santiago Hernández, en La sinrazón, de Rosa Chacel
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