16 marzo 2007

Gerona


No le pareció oportuno a Galdós situar a su héroe, Gabriel de Araceli, como protagonista de este episodio, quizá porque por su singularidad merece un tratamiento aparte. Ha querido don Benito, y lo ha conseguido, dar una idea de la tragedia que supone una ciudad sitiada, pero no con aullidos histéricos, sino acompañándola del sentido del honor que indudablemente tenían aquellos ciudadanos. El doctor Pablo Nomdedeu es la figura más señalada de este retablo. Su locura al no poder alimentar a su hija enferma, que resulta patética, es tanto más digna de compasión cuanto que Galdós nos lo presenta al principio como un hombre de trato amable, interesado por todo lo humano, lo que familiarmente llamamos una bella persona. Esa bella persona se transforma en un monstruo de egoísmo (si egoísmo puede llamarse el que tiene por objeto no uno mismo, sino su hija) por mor de la falta de alimentos. La sardana sin música, la caza de la gata, la lucha a muerte disputando por un Niño Jesús de alfeñique, la tentación del canibalismo, son secuencias que ponen los pelos de punta. Una situación límite que convierte en héroes a unos y en bestias a otros. Los discursos de don Pablo son memorables, así como el párrafo final donde Marijuán reflexiona sobre la locura política: los lectores de esta época no podemos sino reconocer, bajo el retrato que hace de Napoleón, a los hitleres y stalines de nuestro siglo.

Nota redactada en abril de 1999