Novelar la historia de España en el XIX es idea atractiva; Galdós podía hacerlo, luego lo hizo. Una vez más volvemos a encontrarnos en buena armonía la historia y la peripecia individual. Como en La corte de Carlos IV, la parte novelesca ocupa la segunda mitad del volumen y se centra en dos personajes: por un lado, Gabriel Araceli, el protagonista de la serie, convertido aquí en un Errol Flynn que se escapa de prisiones y supera enemigos como si tal cosa; y mosén Antón Trijueque, cura guerrillero, tan inverosímil como fascinante. Inverosímil, no por ser cura y guerrillero, sino por su personalidad titánica, hombre nacido para dominar y disponer a su antojo de vidas y destinos ajenos, condenado a hacer de comparsa, primero de don Juan Martín y luego de los franceses, a los que se pasa por puro despecho. Incapaz de andar por este mundo "como por un barril de aceitunas", acaba colgado de una encina en un cuadro deplorable, compartiendo el destino de todos los titanes e inspirando lo último que él hubiera deseado: compasión. Galdós no ha renunciado a la imaginación en sus incursiones históricas. Junto al cura guerrillero se alza también, mucho más amable, la figura imponente del Empecinado, héroe humanizado por su lealtad y su entrega a una causa diversa de su propio ego.
Nota redactada en febrero de 1999.
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