31 julio 2007

Mi Bergman


Hay películas de Ingmar Bergman de las que no conservo huella: Fresas salvajes es una de ellas. Ahí sólo vi al cineasta pedante y pelmazo. Sonata de otoño es otra. Con Gritos y susurros, cómo no quedar marcado: salvo en C´est la vie (Jean-Pierre Améris, 2001), nunca había visto una agonía humana tan impresionante, sólo que en Bergman es más horrible por lo solitaria. El huevo de la serpiente contiene la secuencia de sexo explícito más repugnante que recuerdo, hecha así adrede, claro, con sensualidad cero y máxima deshumanización. Las secuencias de violencia tampoco son mancas y tienen la misma finalidad. El manantial de la doncella es desconcertante porque parece halagar la querencia del público a ver castigados a los malos; pero lo que más recuerda el profano es el aire mítico de la historia, muy nórdico, muy de balada. Los comulgantes permanece unida a la voz de mi padre advirtiéndonos (tiernos niños aún) sobre el carácter fuertecillo de "estas películas" (cuando la prota dijo algo así como "Dios no existe").

¿Y El séptimo sello? La vi por fin hace nada, unos años, y me pareció menos metafísica y menos críptica de lo que tenía oído. Son personajes contemporáneos, claro, disfrazados de medievales. El asunto era muy explícito: cómo librarse del terror a la muerte, que, según uno de ellos (el más volteriano) sólo servía para engordar a los curas. La pregunta quedaba en el aire pero la respuesta (y esto me resultó lo más llamativo) también: esa familia que aparece al principio y al final de la película, silenciosa y feliz. Ella tenía el secreto de la victoria.
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