13 julio 2007

Aquellas manos blancas


¿No fueron ellas las que iniciaron la rendición? En estos días de memoria y homenaje, una comentarista radiofónica ha dicho que, cuando los españoles salieron a la calle tras la atrocidad cometida con Miguel Ángel (así, ya, sin apellido, para tantos), le devolvimos a ETA el miedo que ella había sembrado. Sin embargo, ¿qué es lo que pudo ver ETA? No hablo, claro, de la admirable actitud del Foro de Ermua, de la propia familia de Miguel Ángel y del Partido Popular vasco. Me refiero al símbolo que se eligió por las masas para expresar la protesta y que como todo símbolo emite un mensaje, o no es tal. Esa ocurrencia de alzar al viento unas manos pringadas de blanco. Eso es lo que vio ETA. Pero (lo que es peor) lo vio también el GAL. Y tomó buena nota.

La auténtica rendición no es la que ha llevado a cabo el gobierno socialista en su entente con la banda. Ahí estamos hablando de complicidad, de manejos inconfesables de un partido trasmutado en mafia que tan pronto remeda los numeritos sangrientos de El Padrino como dramatiza acuerdos de paz de esos en que acaba saliendo de la tarta un tío con metralleta. Para que esos acuerdos tengan un mínimo de respaldo social, hace falta una sociedad que haya abdicado de toda bandera salvo de la del estómago. Las manos blancas no decían Viva España ni muerte a la ETA; si acaso, dejadnos en paz, por favor, que nosotros no os mataremos. Los ansiosos de paz que diría luego Zapatero, vaya. Un entreguismo que nada tiene que oponer a la violencia socialista (tal se definen ellos, que conste), un pueblo alimentado espiritualmente con John Lennon era el mejor caldo de cultivo para ir diseñando el régimen del 13 de marzo. No, la rendición no ha empezado ahora.

También en El Manifiesto

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